Egos inflados

Polidoro Villa Hernández

Pudo influir el gen conquistador del español de convincente labia que sedujo a nuestras tataradeudas indígenas, y persuadió a los nativos a trocar oro por baratijas; lo cierto, es que en estos países tropicales heredamos la propensión a exagerar. Basta con preguntar al mesero del restaurante qué tan grande es la mojarra frita que nos ofrece y ver cómo, sin fruncirse, desliza su mano hasta el codo.

El abuso en los arrebatos verbales de la hipérbole, el ditirambo lambón, la adulación descarada, el cepillazo interesado, ha propiciado que muchos egos se inflen para mal y prospere el culto a la personalidad, particularmente de políticos, pretenciosa clase proclive a los halagos. No por nada han proliferado en América dictadores que se radicalizan, y eternizan, cuando los llaman ‘Generalísimo Doctor’, o ‘Benefactor y Padre de la Patria’.

En la prosaica cotidianidad, se olvida que hace menos daño una sincera crítica que un elogio desmesurado. Hay medios que inflan en exceso a jóvenes promesas que apenas inician su incursión en deportes o actividades artísticas, y los hostigan para que demuestren ‘ya’, ser superiores al mejor del mundo. Eso crea una asfixiante presión. Y una dolorosa frustración cuando fracasan en el primer intento. El sensacionalismo amplifica un desempeño, aunque sea pura paja:

“Enloqueció a los norteamericanos…”; “Revolucionó las redes sociales… se volvió viral.”; Desató la locura en Miami…”; “Su presencia paralizó el país…”; “Se consolida como el monstruo de…”; “Deslumbra al mundo con su talento…”; Europa está rendida a sus pies.”, así sea un futbolista que no le hace un gol al arcoíris. A veces, se encubre la mediocridad haciendo bombo: “Será pronto uno de los más grandes del mundo…”

Y las exageraciones se amplifican en otros ámbitos: Entrevistado un tembloroso anciano de 90 inviernos y cinco matrimonios, la presentadora lo exaltó a “Galán indestronable.” Él, encorvado, logró balbucir: “Estoy como un lulo...”. También debe tener uno cuidado al utilizar un vehículo que anuncie “Servicio de Lujo”, en el 99.9% de los casos, es pura ficción.

Es en el cenagoso mundo de la política donde más se abusa sin pudor de la hipérbole: “Colombia está conmigo. Millones de compatriotas me lo han manifestado personalmente.”

Y si de subir a alguien a los cuernos de la luna se trata, los ‘lagartos’ que en campaña electoral hacen apologías de los candidatos, se lucen. Existió uno que ante la carencia de títulos universitarios que destacar en la vida de su jefe -que era medio analfabeto-, lo encumbró en un discurso al rango de “filósofo universal profundo, escritor inédito, y bibliófilo de 7.000 volúmenes”. ¡Y resultó elegido Presidente de la República!

No extraña, entonces, que un humilde boliviano que de niño elevaba cometas de papel en la montaña, al participar en política respondía solemne: “Desde niño, mis mayores saberes son los vuelos aeronáuticos”.

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