Sociedad beligerante

Polidoro Villa Hernández

Desde que el hombre llamó ‘patriotismo’ a su primitivo instinto territorial, no hay espacios terrenales suficientes que lo colmen, ni vecino con otro color de piel, religión o costumbres, que lo deje dormir tranquilo. Un ejemplo de apetencia por la tierra: tuvimos al esmeraldero más mentado, cuyo sueño fue tener un millón de hectáreas. Parece que las consiguió antes de morir, pero ironías del destino, su cuerpo fue incinerado y ni siquiera pudo reposar en la fosa de uno por dos metros, donde usualmente terminan sepultadas las veleidades humanas.

Hoy, como ayer, no mengua el codicioso expansionismo territorial para apoderarse de tierras y riquezas de otros, e imponer, a la brava, ideología, religión y cultura ajenas. Eso, atiza guerras entre vecinos y Estados. Así que son pocas las naciones que puedan decir que sus ciudadanos viven en paz y armonía bajo una razonable estabilidad política, dentro de la tolerancia que es dable esperar del imperfecto elemento humano.

No extraña que hoy, cuando se alardea de pasmosos avances tecnológicos y se cacarea civilización y cultura, de los 194 países del mundo sólo haya un puñado que pueda jactarse de no tener conflictos armados y, salvo inofensivas trifulcas políticas y conyugales, la gente confía en que morirá de vieja sin que les caigan proyectiles en la sopa diaria. Islandia, Nueva Zelanda, Austria, Dinamarca, Portugal, Suiza, Canadá, Japón, Eslovenia, República Checa son, hasta ahora, países que invierten más en tranquilidad ciudadana que en jugueticos bélicos para aniquilar al prójimo.

En cuanto a nuestro continente subdesarrollado, pareciera que siempre “se nos sale el indio”, injusta frase para nuestros ascendientes que recibieron con generosos presentes a los conquistadores, quienes al final los despojaron de sus tierras, sus indias, y hasta de su alma. Los codiciosos ‘dirigentes’, que solo utilizan la palabra Paz como lema de campaña electoral, nos acostumbraron a vivir enfrentados. Da vergüenza escuchar, con frecuencia, que tenemos “algunos de los países más violentos del mundo”.

Que 33 colombianos sean asesinados cada día, jóvenes la mayoría, nos trasnocha menos que perder la señal del Smartphone, y si bien terminar el conflicto con las Farc reduce los muertos, nos inquietan sus disidentes, las bacrim y las pandillas urbanas que ocuparán a sangre y fuego los rentables espacios dejados por ellas.

Indicadores mundiales muestran que Colombia sigue superando a Venezuela en violencia, y es frecuente oír que los colombianos nos volvemos cada día más irascibles, menos tolerantes. ¿Qué origina eso? Si fuera el siglo XIX cuando a los perros les daban pólvora negra para que fueran bravos, y a los soldados lo mismo, pero con aguardiente, para que se volvieran peleadores, aventuraría una explicación.

¿Motivará esta fiereza existencial la incapacidad de muchos dirigentes para poner orden en la sociedad, porque priman más sus intereses personales?

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