Ecos electorales

Polidoro Villa Hernández

¡Evolucionamos! Como nunca, los recientes comicios mostraron la admirable capacidad política de los ibaguereños para hacer sesudos análisis, interpretar cábalas, explorar indicios, alambicar discursos, hilar suspicacias, armar hipótesis, urdir conjeturas, sacar deducciones, y dar como ciertas suposiciones sobre lo que representaba el voto del pasado domingo para el futuro del país, elecciones dónde el miedo fue factor determinante en la decisión emocional de los electores. Todos dudaban, como doctos politólogos, ante el dilema: o el insondable abismo de la izquierda anarquista, o el purgatorio eternal de la derecha cavernaria.

En mesas de café, corrillo, o encuentro familiar, al ejercicio de desollar vivo a un candidato, figuradamente, claro, seguía la evaluación de su nivel de soberbia –que es casi consustancial con el apetito de poder-; su honestidad, idoneidad y la realidad o quimera de sus promesas. Pocos aspirantes colmaban las expectativas. Pero todos coincidían: había que votar.

Y esa desazón de compartir dudas y recelos, no solo se reveló entre quienes calzan zapatos Salvatore Ferragamo. A una señora de armas tomar que en la Plaza de Bolívar vende tinto en termos que carga en un coche viejo de bebé, adaptado como carrito –singular innovación tecnológica criolla que esperamos algún día también sea puesta en órbita, como el Tesla Roadster rojo del multimillonario Elon Musk-, la entrevistaban dos jovencitos al parecer estudiantes de periodismo: -“Señora: Aunque es secreto, ¿puede decirnos por quién votó? A la mujer se le subió la cafeína: -“¡Qué carajo de secreto! Si todos estos ladrones roban públicamente y todos lo saben, mi voto no es secreto. Yo voté por…, que al menos viene a comulgar”, remató iracunda.

Parece que cada día más ciudadanos toman conciencia de la importancia del voto y de otorgarlo a quien no practica la corrupción. Lamentable sí, la crónica y alta abstención, fruto de la decepción por promesas incumplidas y por la ignorancia política en que mantienen sumidos los dirigentes a sus electores, que nunca conocen de los ideales y objetivos de tanto grupo político, cuyos líderes tampoco les rinden cuentas al final de su periodo. Sólo los reconocen en elecciones, cuando de asegurar votos se trata.

Da la impresión de que aquí gobernar es impedir que otros gobiernen, o como dijo en su sede un representante reelegido el domingo: “Aquí lo que importa es mantener la credencial…” Pasarán generaciones antes que tengamos la madurez política sueca o danesa, pero hay esperanza cuando altas votaciones favorecen candidatos como Antanas Mockus y Jorge Enrique Robledo, libres de escándalos. Crecen los votantes que valoran honestidad y transparencia.

Hoy que vuelve a mencionarse a Winston Churchill, sería saludable para el país que los congresistas elegidos adoptaran su frase predilecta: “El político se vuelve estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones.”

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