Dulce Navidad…

Polidoro Villa Hernández

Lo que da a la Navidad ese toque mágico que reconforta el espíritu, es la espontánea alegría de los niños. Los adultos, que al menos por esta época cambian su talante y se ablandan y dulcifican como la natilla ‘tradicional” de caja, se esfuerzan, sinceros o hipócritas, en repartir abrazos de felicidad, amor y paz, para luego dar el pésimo ejemplo de practicar la cultura consumista como fuente de dicha plena. No evolucionan. Descarnada, la Navidad es: consumo, más consumo, pilas de basura y deudas.

En esta Colombia laica y pluralista, además de la tradicional figura del Niño Dios, la xenofilia nos acomodó a Santa Claus y al cargante Papá Noel -mandaderos de alguna multinacional de juguetes-; nos trajo pinos de polipropileno y nieve de icopor, los dos dañinos para nuestro medio ambiente. Eriza pensar que si Jesús naciera hoy aquí, seguro sería en un cambuche y como desplazado por la violencia.

La noche de Navidad debiera ser la apoteósica celebración de los niños, y para los adultos un paréntesis –ya que como en el tango: “el músculo duerme y la ambición descansa”- para reflexionar si trabajan para vivir o solo viven para trabajar restándole tiempo de calidad a los hijos, a sus padres, a la familia, y todo para tener más dinero y comprar más cosas, mucha inútiles; para preguntarse si creen que aparentar es lo que vale; para meditar si su espiritualidad –con religión, o sin ella- es lo suficiente sólida como para resistir los estacazos de la vida y las próximas reformas tributarias.

Lo cierto es que la Noche de Paz, no lo es tanto: las estadísticas dicen que en estas celebraciones de fin de año, los enfrentamientos y trifulcas familiares adquieren dimensiones bélicas. Y los instigadores de las grescas en las cenas, son de la casa. La acaudalada y aguerrida suegra de un amigo, devota de Johnnie Walker, siempre, en cada Navidad, tras devorar su tamal, alza su voz estropajosa para clamar que su hija única pudo haberse casado mejor. La pareja lleva 37 años juntos. El sonriente yerno-heredero, siempre le da la razón.

Y es que los ánimos se caldean, no con la sana mistela de mejorana de tiempos idos, si no con parte de los 2.700 millones de litros de bebidas alcohólicas que al año se beben en Colombia y que nos sitúan en el quinto puesto del consumo latinoamericano. Tomamos más trago que agua, parece. Poco edificante modelo para infantiles espectadores.

El balance: Tenemos más cosas, pero no se multiplican los rostros felices; los niños ya no gozan con jugueticos de palo, piden es artilugios alienantes como los iPhone y consolas de videojuegos. Y los deseos para año nuevo, son quiméricos. Si se quiere tener plata, carro nuevo gratis, y viajes sin arrastrar maleta a medianoche alrededor de la manzana, hay que meterse a la política.

Pocos hombres de buena voluntad debe haber en esta tierra, cuando la Paz sigue siendo tan esquiva.

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