Para descrestar calentanos

Polidoro Villa Hernández

Tratando de explorar la inclinación de la gente hacia las lecturas espirituales, hace tiempo un grupo religioso efectuó una encuesta personal que al final de las preguntas ofrecía enviar por correo al encuestado una de dos publicaciones: “Enseñanzas de la sabiduría oriental” o, “Cómo viven los hombres más ricos del mundo”. Un 95%, sin titubear, eligió la segunda. Esa decisión, sugiere que prevalece la envidia de ver a otro poseer lo que quisiéramos nosotros disfrutar, por encima del anhelo de mejorar como seres humanos.

Recordé ese sondeo, ahora que una vecina regresó de un tour por esos países con más petróleo que agua, regidos por monarcas absolutos que al decir de las abuelas: ‘Tienen más plata que mi dios paciencia’, y que cándidos asociamos con los cuentos de Las mil y una noches, historias excedidas en ficción, como los discursos políticos. Al preguntarle qué aspectos se destacan allá de las culturas milenarias, dijo embelesada que el guía de la excursión se parecía a Omar Sharif (+), y era “una mina de datos”. Los copiosos ‘datos culturales’ que trajo en fotos y vídeos, permiten inferir que maratónicos viajes ya no son para cultivarse, sino para acopiar asombro por la ostentación y desmesura de opulentos emires, jeques y sultanes.

Por estos reinos, donde es rico el que gana dos salarios mínimos, y hay jornaleros que dan sólo ‘para el diario’, da hasta pena hablar de palacios de 400 habitaciones con cúpulas, estatuas e inodoros de oro macizo; de soberanos con cuatro esposas y siete hijos, hogares que por aquí solo un senador podría atender, y “tener mozas”, por lo derrochadoras, ahora es privilegio de narcos, prestamistas ‘gota a gota’ y funcionarios corruptos.

Todo es exceso. Mientras aquí baratas motocicletas y bicitaxis se multiplican, cuenta ella que allá hay motos tachonadas de cristales Swarovski y costosos autos recubiertos de oro y diamantes. Y si aquí utilizamos buses incómodos que te sacuden más que a un electrocutado, “allá un príncipe tiene 400 carros, aviones Boing 747 para 450 pasajeros y yates de US500 millones con escaleras bañadas en oro para su uso exclusivo. Como mascotas, tienen leones, no gozques pulgosos”.

Bizqueaba los ojos la viajera cuando mencionaba oro y diamantes, ajena al oscuro origen del metal y la piedra preciosa, que implica deforestar, hurgar el vientre de la tierra, envenenar ríos, y acabar con especies en países pobres, sólo para complacer caprichos, vanidad, derroche y despilfarro de quienes consumen hamburguesas de camello con polvo de oro comestible.

Ojalá todos eligiéramos el folleto de los filósofos orientales que enseña que el hombre es feliz cuando se libera de excesos consumistas y reduce al mínimo sus necesidades. La humanidad sería más justa y sana, tendría menos conflictos, contaminaría menos. Hay que aprender de Francisco de Asís: “Necesito poco para vivir y lo poco que necesito, lo necesito poco”.

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