Palabra, eucaristía y comunidad edifican nuestra fe

Jairo Yate Ramírez

« °°° -« Él les dijo: ¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?» Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: ¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?» Él les dijo: «¿Qué cosas?» Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron”. Lucas 24, 13-35.

“La resurrección del Señor causa una serie de impactos normales en aquellos que la contemplan y quieren entenderla desde el Misterio de Dios. Podemos hablar de dos impactos: El temor y el desconsuelo. Una vez que acontece la muerte de Jesús, los ánimos fenecen, porque la atención estaba centrada en el Maestro, era muy necesaria la presencia del Maestro en el cotidiano apostólico y de las muchedumbres. El temor aparece como una reacción tan humana; surge la pregunta, y qué pasó.

¿Cómo puede ser posible? Y entonces, ¿qué pasó con todo lo que se había dicho? ¿Y qué decir de todo lo que está contenido en la Escritura? Y ahora ¿qué vamos a hacer? La respuesta termina en el desconsuelo. “Nosotros estábamos ilusionados con qué Jesús iba a ser el liberador del mundo”, pero todo se quedó detenido, porque lo mataron en una Cruz.

Los impactos son normales, lo que no es normal, es olvidar las enseñanzas del Maestro: “No era necesario que el Mesías padeciera esto, para entrar en su gloria?. Reconociendo la Palabra del Señor, convirtiéndola en realidad, aceptándola como presupuesto de mi pensamiento, logro entrar en el mundo del resucitado. Desaparece el temor, desaparece el desconsuelo. Se abren los ojos, se entienden mejor las cosas, se comienza en su capítulo renovador de la historia.

Dios deja que el hombre caiga en un primer estancamiento de su esfuerzo por aceptar la resurrección, pero Él mismo se encarga de presentar una nueva alternativa, invitándonos a anunciar el evento de su presencia viva en medio de la comunidad: “Entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se le abrieron los ojos y lo reconocieron, pero Él desapareció”.

En ningún momento Dios está forzando la voluntad del hombre, no intenta que la humanidad acepte como imposición su gloria, sino que permite que saquemos nuestras propias conclusiones: El Hijo de Dios nos enseña el valor de su Palabra, que está consignada en la sagrada biblia. La Eucaristía, que es el gran encuentro con el Maestro, pues es sacrificio redentor y pan de vida eterna.

Formar comunidad, el ideal del redentor, y eso se les ocurrió a los peregrinos de Emaús, “se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén”. Cuida tu salud: No cambies tu amor a Dios por ninguna circunstancia triste en tu vida.

Comentarios