Nos transfiguramos, contemplando el rostro de Dios

Jairo Yate Ramírez

“La transfiguración del maestro muestra el rostro de Dios ante la humanidad”. Mateo 14, 1-12. Elige a pocos para este gran momento: Pedro, Santiago y Juan, completa el misterio con el recuerdo de Moisés y de Elías. Se unen varias realidades en un solo conjunto. El verdadero rostro de Dios renovador y liberador en contraste con la ley y los profetas que llegan a su plenitud nos propone el culmen de nuestra fe, encontrarnos cara a cara con Dios.

A Jesús hay que aceptarlo como Dios para poderlo comprender como él realmente es, un Dios; no es lo que la humanidad ha pretendido encontrar en él: un revolucionario, un gran didacta, un pedagogo insuperable, un hombre que superó la historia de los demás hombres, un verbo, un sustantivo, una doctrina increíble.

La divinidad de Jesús no se manifiesta en una ambiente de poder, de fuerza, de dejar atrás como superado sus contendientes, sino que el rostro de Dios es una cara amable, tierna, amorosa, plena de luz, cambia el horizonte de cualquier vida desviada por la tentación y el materialismo presente.

Dios descargó todo su amor y misericordia en la transfiguración de su propio Hijo. Mostró a los apóstoles qué es lo que había detrás de ese gran hombre, de ese inmenso predicador, de ese maestro de maestros. La reacción no se hace esperar: Pedro, como siempre, atento a todo lo que sucede, dice a su maestro: “Bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.

La gente cambia cuando logra encontrar el sentido de Dios en sus vidas; la gente cambia porque descubre el rostro de Dios en los rostros de gente amable, dulce, tierna, sencilla, humilde, sufriente, dolorosa, etc. La gente cambia porque se propone expresar el rostro divino en su propia vida; a eso me atrevo a llamarle la transfiguración del cristianismo, la transfiguración y la petición de Dios ante tantos rostros rudos, crueles, insensibles, justicieros, malintencionados, implacables.

La humanidad tiene que encontrar en Jesús su propia transfiguración, no podemos hablar de los méritos y las glorias de Dios, mientras nuestro rostro y nuestra voz son amargura para los demás, son peligro para la comunidad, son amenaza para las almas nobles y bien dotadas en su fe, son un desacierto de una religión muy contraria a la que enseñó Jesús.

Santo Tomás de Aquino comenta que en la transfiguración apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa. Y una plegaria de la liturgia bizantina dice al Señor Jesús: Tú te transfiguraste en la montaña, y tus discípulos, en la medida en que eran capaces, contemplaron tu Gloria, oh Cristo Dios, a fin de que, cuando te vieran crucificado, comprendieran que tu pasión era voluntaria, y anunciaran al mundo que tú eres verdaderamente la irradiación del Padre.

Cuida tu salud: contemplar a Cristo es aprender a tomar su cruz y seguirlo.

Arquidiócesis de Ibagué

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