La salvación depende de Dios y también de ti

Jairo Yate Ramírez

« °°° Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando. Alguien le preguntó: Señor, ¿serán pocos los que se salven? Jesús les dijo: Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán.” °°° Lucas 13, 22-30.

La historia de la salvación, guiada por la infinita misericordia del Padre celestial, concretiza su realización en las palabras y acciones de Jesús. La salvación es un don gratuito de Dios, viene de Dios, es universal, no está reservada para alguien especial, está abierta para todos aquellos que deseen aceptarla. 

Nadie puede atreverse a cobrar por la salvación. Decía el Papa Francisco: La salvación «no se compra y no se vende» porque «es un regalo totalmente gratuito». Pero para recibirla Dios nos pide tener «un corazón humilde, dócil, obediente». Reclama inexorablemente un esfuerzo humano que se concretiza en la lucha por mantener la fidelidad al proyecto del Reino de Dios. 

La pregunta capital sería: ¿salvarse es asunto de Dios o fruto del trabajo humano?. Cuando pensamos en la salvación, nos imaginamos algo bello, grande, maravilloso, espectacular, muy superior a lo que vivimos en este mundo; un sistema de vida donde no exista la envidia, el odio, el rencor, la mentira, la humanofobia. 

Quisiéramos preguntarnos muy seriamente: ¿Qué está pasando con la salvación que Dios nos dejó con su Reino? ¿Me estoy condenando en vida? ¿La puerta estrecha de la salvación no he podido cruzarla? 

El salvador del mundo habla con mucha claridad: No son suficientes los buenos propósitos, se hace necesario demostrarlo con las obras concretas. La puerta es estrecha. Antes de que la puerta se nos cierre en nuestra vida, es definitivo, sostenerse en la fidelidad, el sacrificio, la perseverancia y la dedicación. 

Dice la Escritura: “La fe sin obras está muerta” Santiago 2, 14-26); “Por los frutos se conocen las personas” (Mateo 7, 17-20); “El Hijo de Dios pagará según nuestra conducta” (Mateo 16, 27). En el sermón de la montaña, el Nazareno índica las puertas de la salvación: Los pobres en el espíritu; los mansos; los hambrientos; los afligidos; los limpios de corazón; los constructores de paz; los perseguidos por la justicia. (cf. Lucas 6, 20-22). 

Con la virtud de la esperanza afrontamos nuestra la salvación. Acertadamente lo decía el Papa Emérito Benedicto XVI, en su carta Encíclica: “Según la fe cristiana, la « redención », la salvación, no es simplemente un dato de hecho. Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: El presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino.” (Spe Salvi, 1).
 Cuida tu salud: La Salvación que viene de Dios no excluye a nadie. 

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