Un desastre anunciado

La situación es tan precaria y angustiante que se estima que tan solo tres de todas esas empresas pasarán la prueba y tendrá que producirse una inimaginable migración de usuarios desde las entidades que obligatoriamente han de desaparecer en el inminente caos.

Los altos funcionarios del gobierno se empeñan en buscar al ahogado río arriba en cuanto hace al mayúsculo lío de la salud. Contra todos los dictámenes, sugerencias, pronunciamientos y evaluaciones de todas las organizaciones que deben lidiar con el problema, contra el criterio de los grupos científicos y la academia el Ejecutivo continúa defendiendo lo establecido en la tristemente célebre Ley 100 y todas las ineficientes entidades parásitas e intermediarias que de allí se derivaron.

De nada ha valido el caos en el que se debate el servicio de salud para la mayoría de los colombianos, la corrupción rampante y el saqueo originado en la telaraña burocrática y financiera creada y el colapso del sistema nacional de salud.


La letanía es inacabable: hospitales y clínicas sin recursos; médicos, enfermeras y personal de apoyo sin recibir el salario; deserción de especialistas en todas las regiones, precaria dotación de las entidades de salud del Estado y desaparición de los inventarios de los más esenciales medicamentos y los más indispensables elementos.


Más grave aún, los cientos de millardos de pesos con los que se quedaron los inútiles organismos creados al amparo de la malhadada Ley se esfumaron en las narices del Ministerio y los organismos de control y terminaron en inversiones en el exterior, campos de golf, equipos deportivos profesionales, conciertos de variopintos artistas, remuneraciones exorbitantes de los gestores del saqueo y sobrecostos y sobreprecios en la adquisición de predios, elementos hospitalarios y medicinas.


El dinero extraviado se mide en billones de pesos mientras el sistema hace agua y está a punto del colapso. La Corte Constitucional ha dado un plazo de seis meses al Gobierno para que trate de imponer el orden en el galimatías y, para el efecto, debe determinar el estado de cuentas en la maraña de intermediarios y dilucidar cuáles en ese océano de empresas tienen los recursos y la organización necesarios para sobrevivir.


La situación es tan precaria y angustiante que se estima que tan solo tres de todas esas empresas pasarán la prueba y tendrá que producirse una inimaginable migración de usuarios desde las entidades que obligatoriamente han de desaparecer en el inminente caos.  

EL NUEVO DÍA

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