Editorial: Ciclos y experiencias

Razón de más para saber que el auge viene seguido de depresión y que se debe ahorrar en las bonanzas para la época de las vacas flacas y como resultado de esa experiencia debería quedar un aprendizaje útil en la siguiente vuelta de la tuerca.

Los analistas económicos permanentemente recuerdan la existencia de los ciclos, procesos a los que no escapan siquiera las mismas teorías defendidas por los citados tratadistas, pues lo que hoy se alaba como la solución a las dolencias de las sociedades mañana se tacha de fuente de todos los malestares.

Desde la época e Colbert, Richelieu, Mazarino y todos los que preconizaron (con buenos resultados) el intervencionismo del Estado, se han sucedido metódicamente quienes lo consideran nocivo y deplorable (Smith, Ricardo), para ser relevados por los defensores de la planeación centralizada (Marx, Lenin) y quienes fomentan la inversión estatal (Keynes), hasta posiciones como la de la Escuela de Chicago y los adalides del neoliberalismo (Thatcher, Reagan).

Colombia no se queda atrás pues desde mediados del siglo XIX aperturistas y proteccionistas han librado confrontaciones que, en ocasiones, se han saldado por las armas y que se suceden sin tregua en el panorama nacional.

Igual ocurre con las bonanzas que desde hace casi dos siglos se registran en la economía colombiana, en ocasiones como reflejo de acontecimientos y tendencias mundiales: oro, tabaco, añil, café, cocaína, carbón, petróleo...

Razón de más para saber que el auge viene seguido de depresión y que se debe ahorrar en las bonanzas para la época de las vacas flacas y como resultado de esa experiencia debería quedar un aprendizaje útil en la siguiente vuelta de la tuerca.

Por ejemplo: la crisis mundial que se vivió a fines del siglo XX dejó tendidas en el campo a numerosas empresas colombianas, terminó un ciclo de bonanza de la construcción y demolió un sistema que había sido elemento del auge urbanizador como fue la UPAC. Es de suponer que de esa compleja situación (con miles de colombianos afectados) había quedado claro que las empresas no pueden endeudarse en monedas diferentes a aquellas de las que provienen sus ingresos (aplica también a las naciones y a las familias). Pues bien, con la caída del petróleo y la subida del dólar ha salido a la luz el alto endeudamiento de las empresas colombianas en dólares que, en manera alguna, pueden sustentarse con ingresos en devaluados pesos, lo que hace presumir un nuevo ciclo de colapsos y la imperiosa necesidad de que el gobierno deba salir al quite, para evitar la destrucción de una buena parte de la estructura productiva. Lo que, seguramente, vendrá acompañado con fórmulas de emergencia, líneas de crédito en pesos para sustituir el endeudamiento en moneda extranjera y condiciones especiales para la participación de la banca en el salvamento.

Se oyen rumores acerca de un nuevo ciclo de protección de ciertos sectores estratégicos.

REDACCIÓN EDITORIAL

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