Editorial: Paz y verdad

Lo anterior no quiere decir que ya todo se encuentre en regla, que la paz se ha extendido a todo el país y que no quede mucho por hacer, cuando la realidad es que el proceso apenas está comenzando.

Los hechos son tozudos y si bien hay quienes siguen acumulando pronunciamientos en contra del proceso de paz son muy pocos los que, con argumentos serios, se atreven a negar que los pasos por el Gobierno y las Farc para mitigar los hechos de sangre han tenido evidentes y buenos resultados.

Las acciones violentas protagonizadas por el mayor grupo guerrillero prácticamente han desaparecido, así como la actividad del Ejército y la Policía se han concentrado contra el ELN, el EPL y bandas criminales como los urabeños.

Claro que algunos críticos del proceso, sin prueba alguna, han intentado culpar a las Farc de cuanto ocurre. Poco faltó para que hubieran asignado la caída del avión de la película de Tom Cruise al grupo guerrillero.

El ambiente que se percibe en el país en vísperas de las elecciones regionales es el más tranquilo de los últimos años, si bien la Misión de Observación Electoral MOE hace, con razón, advertencias sobre trashumancia, coerción y corrupción que se hacen evidentes en todo el territorio y el Tolima y su capital no son la excepción.

Lo anterior no quiere decir que ya todo se encuentre en regla, que la paz se ha extendido a todo el país y que no quede mucho por hacer, cuando la realidad es que el proceso apenas está comenzando.

Hay muchas acciones que pueden realizarse o iniciarse que faciliten el camino y predispongan los espíritus para la consolidación del desarme y el logro de la conciliación. Por ejemplo, las Farc podrían responder a los reclamos de más de 320 familias que siguen exigiendo saber del paradero de quienes fueron secuestrados por el grupo guerrillero, muchos de ellos que se vieron sometidos a procesos extorsivos y de los cuales no se vino a saber posteriormente.

Si ha de haber un proceso en el cual la verdad esté en el centro de los acontecimientos, el grupo guerrillero debe proceder a hablar con sinceridad y, como se presume, muchos de los secuestrados murieron en cautiverio, hacer un acto de arrepentimiento y aceptación de sus culpas y entregar los restos o indicar el lugar donde reposan, para que las familias tengan al fin descanso y se acabe la incertidumbre.

Por supuesto que se requiere coraje para aceptar tamaña responsabilidad, pero este es apenas uno de los actos indispensables y necesarios para la consolidación de la paz y la generación de confianza.

REDACCIÓN EDITORIAL

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