Editorial: Otro motivo de vergüenza

Como si hiciera falta, lo ocurrido con los recursos empleados en el Estadio entra en la interminable lista de desaguisados cometidos y, seguramente, añadirá otra docena de nombres a la ya larga relación de abusadores comprometidos en la debacle.

Cuando se pensaba que se había tocado fondo en cuanto a conocer el desgreño y la impudicia con la que se había ejecutado la contratación en Ibagué en el cuatrienio pasado, resulta que abajo de esa sima hay no menos de dos niveles más de concupiscencia.

Aunque se esté llegando a la saturación no queda otro remedio que registrarla, con el mismo celo y la misma rabia con la que se han publicado la letanía de tuertos que dejó el fatídico mandato. Claro que ya no hay la absoluta desesperanza que reinaba, pues comienzan a pronunciarse y, más importante, a actuar la Fiscalía, la Oficina Anticorrupción y hasta el Ministerio de Defensa(?), lo que ha conseguido que los medios nacionales vuelquen sus programas y publicaciones sobre lo ocurrido, de manera que a los organismos de control no les quede opción distinta a salir de su letargo y actuar.

En la edición de hoy le correspondió el turno al estadio Manuel Murillo Toro, un escenario que tiene la característica de haber sido remodelado, no menos de cinco veces, desde su inauguración en los años 50 del siglo pasado. Remodelaciones, cada una de ellas más costosa que la anterior, pero que nunca se ha logrado concluir con satisfacción un escenario en donde se puedan desarrollar torneos internacionales. En tanto, en ciudades como Manizales, en el mismo lapso y con menos recursos, han concluido tres estadios, todos ellos con las características requeridas por los organismos internacionales.

Pues bien, la última y costosa intervención se hizo con ocasión de los fracasados Juegos Nacionales, de manos de un consorcio de Villavicencio que, para variar, fue el único oferente. En medio del desastre ocurrido en los otros escenarios, este se destacaba por ser el único habilitado para funcionar y en el que, al menos, la grama instalada presentaba buen aspecto. Sin embargo, como lo ha de apreciar el lector en la presente edición de este rotativo, al pasar el tamiz de la red Revisar se encuentran groseras deficiencias, sobrecostos inexplicables y dotaciones y acabados que no pasan la más superficial de las evaluaciones o interventorías.

La silletería, los drenajes, los equipos de mantenimiento del césped, el control de humedades, la ubicación de la silletería y, como siempre, la iluminación confluyen en otro desastre que solo censura y sanción merece por el desprolijo e impúdico manejo.

Como si hiciera falta, lo ocurrido con los recursos empleados en el Estadio entra en la interminable lista de desaguisados cometidos y, seguramente, añadirá otra docena de nombres a la ya larga relación de abusadores comprometidos en la debacle. Afortunadamente ya no ocurre (?) lo que acontecía unos años atrás, cuando la justicia estaba dominada por una camarilla que servía de escudo a los saqueadores e inmorales.

REDACCIÓN EDITORIAL

Comentarios