Editorial: Refugiados y desplazados

De esa multitud errante 4.9 millones son colombianos (el mayor número en el mundo) que se reparten entre los que tuvieron que exiliarse y los que por la fuerza fueron expoliados de sus tierras y propiedades y hubieron de buscar abrigo hacinados en las grandes ciudades.

La barbarie vivida en el mundo durante la Segunda Guerra Mundial llevó a que una de las primeras instituciones establecidas por las recién constituidas Naciones Unidas fuera la del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados Acnur.

Eran otras épocas y el desastre estaba en la mente de todos y, ante todo, existía enorme solidaridad para con los millones de refugiados que arrojaba la confrontación global.

Se pensaba, entonces, que habría de ser una oficina de funcionamiento temporal, mas la insania de los seres humanos, la proclive inclinación a utilizar la fuerza para dirimir los conflictos y las convulsiones políticas, raciales y religiosas han hecho que la Acnur no haya tenido reposo en más de 65 años y, por el contrario, cada día tenga que acudir en apoyo de más seres humanos.

De hecho, la entidad ha revelado las cifras del 2015, con el triste resultado de que en el mundo hay más de 61 millones de personas en calidad de refugiados y desplazados, de los cuales más de la mitad son niños, muchos de los cuales están separados de sus familias.

Son más de 15 conflictos, viejos y nuevos, que alimentan los crecientes flujos de personas que han sido desarraigados por la fuerza de sus hogares, viven en precaria situación, tal vez nunca puedan regresar a sus tierras y, de contera, se debaten en una circunstancia en la que las fronteras se cierran y se reducen las opciones de acogida en la mayoría de los países ricos.

De esa multitud errante 4.9 millones son colombianos (el mayor número en el mundo) que se reparten entre los que tuvieron que exiliarse y los que por la fuerza fueron expoliados de sus tierras y propiedades y hubieron de buscar abrigo hacinados en las grandes ciudades.

El proceso tanto dentro como fuera del país se inició en los años 40 del siglo pasado, en medio de la violencia partidista y se ha multiplicado a lo largo de los años, con diversos protagonistas, en diversas regiones y por diversas razones.

Razón de más para albergar renovadas esperanzas de la posibilidad de que las Farc abandonen las armas y se reintegren a la sociedad. Uno de los más importantes factores de violencia quedaría desactivado y, de esta manera, los instrumentos de restitución de tierras y reparación de víctimas tendrían mejores opciones de éxito, a más de que los recursos que se esterilizan en esa confrontación podrían dirigirse a tareas productivas y de beneficio colectivo.

Razón de más para abogar por la paz, para así liberar a Colombia y al 10 por ciento de sus nacionales de conformar la penosa estadística y morigerar los padecimientos de las víctimas.

REDACCIÓN EDITORIAL

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