Editorial: De egos hipertrofiados y ridiculeces

Es hora de recordar a Atahualpa cuando cantaba: “La vanidad es yuyo malo que envenena toda huella, pero no falta el varón que la riega hasta en su puerta”.

Corrían los años 80 del siglo pasado, la región soportaba una ignominiosa hegemonía política y los áulicos del jefe no hallaban la manera de lisonjear el hipertrofiado ego de su mandamás.

Les dio por tratar de convertir a Ibagué en una especie de mausoleo romano y por calles y espacios comenzaron a aparecer placas de mármol con el nombre del dirigente. El asunto tomó visos estrambóticos pues con el pretexto de recordar la memoria de tolimenses de respeto se dedicaron a instalar, por todas las edificaciones, placas en las que el nombre del homenajeado aparecía en letra diminuta y los del dirigente y del sapo que ordenaba la barrabasada en caracteres gigantescos.

Como todos ellos querían imitar a su guía espiritual muy pronto se dieron a la tarea de pagar rectángulos en mármol con su nombre en ellos como recuerdos para la posteridad y por las más nimias y ridículas hazañas. Hubo uno que hizo coger las goteras del recinto del Concejo e instaló una placa que rezaba: “este lugar fue reparado siendo presidente del Concejo J…” La egoteca copó las paredes del recinto y los muros de la Alcaldía, hasta cuando una administración más prudente y decorosa ordenó desmontar tan ridículas lozas.

No quiere eso decir que la orgía del culto a la personalidad hubiera acabado allí. Muy pronto aparecieron bautizando colegios con los nombres de ciudadanos cuyas únicas letras conocidas eran las de cambio insolutas y bibliotecas con el nombre de cónyuges analfabetas. La incontinencia llevó a ponerle nombre a invasiones para competir con los que se apodaban con el nombre del caudillo o su familia.

La cordura volvió a imperar y las grotescas conductas pasaron al olvido, pero como los malos hábitos son difíciles de erradicar han vuelto a florecer los esperpentos y un expresidente de la Asamblea, de ignota gestión, ha instalado en el recinto de la duma una placa marmórea para registrar para la historia su ridícula gesta. Habrá que averiguar quién pagó el mamarracho.

Es hora de recordar a Atahualpa cuando cantaba: “La vanidad es yuyo malo que envenena toda huella, pero no falta el varón que la riega hasta en su puerta”.

REDACCIÓN EDITORIAL

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