La experiencia de Armero no se debe olvidar

El olvido puede hacernos creer que somos inmunes a los desastres, pero si no existe la prevención estos pueden resultar muy letales.

Ayer se cumplieron 38 años de la catástrofe de Armero, que enlutó a miles de hogares tolimenses y que cambió la vida del país para siempre, no solo por lo que significó la tragedia sino porque los colombianos debieron aprender, de la peor manera, que la prevención salva vidas.

La experiencia de Armero nos enseñó que, pese a que no se puede predecir con exactitud la erupción de un volcán, el monitoreo permanente a su actividad permite registrar y conocer los cambios que se dan en su interior, ayuda a pronosticar si una erupción se puede presentar y concede tiempo para adoptar las medidas que eviten la muerte de personas.

Se puede convivir con los riesgos naturales, pero su impacto se puede mitigar, si se emprenden acciones como la vigilancia permanente, la instalación de sistemas de alarmas, impedir construcciones en áreas de riesgo, no desarrollar actividades que deterioren el entorno y que pueden resultar catastróficas, y preparar a la población para que sepa cómo actuar en una emergencia.

Cada año miles de personas, sobrevivientes de la tragedia, sus descendientes y turistas, se aglomeran en las ruinas de Armero. Hay lugares muy concurridos, como la tumba de la niña Omaira Sánchez. Sin embargo, muchos hacen el recorrido por las ruinas, se toman fotografías y se reúnen para almorzar o tomar un refrigerio, como si se tratara de un atractivo turístico y no un camposanto como fue declarado por el papa Juan Pablo II en 1986.

Allí poco se ve de las lecciones que debieron ser aprendidas y que deben perdurar en la memoria de los colombianos. Este ha de ser un lugar no solo para honrar a las 25.000 víctimas, sino para recordar que no se atendieron las señales de la naturaleza, porque no existía el conocimiento ni la conciencia en la mente de gobernantes y ciudadanos sobre la prevención del riesgo.

Además de las ruinas, que se deben preservar como parte de nuestra historia, también es necesario que cada año se recuerde que convivimos con riesgos, por cuenta de diversas amenazas naturales que pueden desencadenar una tragedia en cualquier momento. Armero debe ser el testimonio de que no se deben desoír las advertencias de la naturaleza. El olvido puede hacernos creer que somos inmunes a los desastres, pero si no existe la prevención estos pueden resultar muy letales.

EDITORIAL

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