Rostros de solidaridad (II)

Alberto Bejarano Ávila

Atrás dije que no deberíamos satanizar más al socialismo como concepto político y opinaba porqué. Ahora digo que tenemos que focalizar el espíritu solidario en el contexto tolimense y convertirlo en praxis que trascienda al generoso paliativo a la miseria y para ello tenemos que tomar la valerosa e irreversible decisión de no dividirnos más por lo impropio y unirnos por lo nuestro.
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La economía, la política, el “orden mundial” o cualquier otra razón nacional o global causante de pugnas o fobias no es excusa para truncar la unidad tolimense que nos permita construir un modelo propio de desarrollo que, sabemos, nadie nos lo va a construir.

Recién se supo que el desempleo en Ibagué es de 18.8% y la informalidad de 54.2%, es decir que la precariedad laboral en la capital es del 73%. Si a ello añadimos que el desempleo de los jóvenes sería del 24%, que la porción del ingreso bruto regional derivado en las remesas que envía la diáspora seria grande y que más del 50% de la ocupación y el empleo tolimense lo provee Ibagué, entonces el raquitismo laboral, antes del Covid-19, es, de hecho, creciente calamidad social que revela alto grado de estancamiento y enajenamiento de la economía, debilidades que empeoramos con sectarismos, majaderías y sofismas engañabobos.

No sabemos si los estudiosos ya están haciendo balances de las graves secuelas que causará el Covid-19, pero lógico es prever funestos efectos en las pequeñas empresas que atizarán el desempleo, la informalidad, la calidad de vida y la convivencia de los tolimense y, espero se entienda, ello obliga a que la solidaridad adquiera un rostro político regionalista, íntegro y progresista. Hoy es pertinente el auxilio monetario a mayores, jóvenes, Familias en Acción, etc., pero sin olvidar su inicuo sesgo clientelista y demoledor de dignidades, porque mañana la solidaridad debe practicar la célebre máxima China: “regala un pescado a un hombre y le darás alimento para un día, enséñale a pescar y lo alimentarás por el resto de su vida”.

Elogio merece quien hoy mitiga los efectos inmediatos de la tragedia en la gente más frágil, pero recordemos que, cuando los días aciagos pasen, el talante tolimense quedará desnudo y para evitar vergüenzas, la solidaridad debe tener un nuevo semblante que represente otra mentalidad para retar el futuro. El Tolima no es neoliberal o comunista, esos modelos, como el virus, vienen de fuera e infectan de dogmas la solidaridad entendida como colaboración recíproca entre nuestros empresarios, consumidores, usuarios de servicios y gobiernos.

Así entonces hoy toman fuerza ideas como la marca Tolima, Tolima compra Tolima, el precio justo, el empleo bien remunerado, las tarifas razonables de servicios, la calidad del producto tolimense, el emprendimiento asociativo o cooperativo, la relación límpida entre gobiernos, sociedad y economía y claro, todo ello como obvio componente estratégico de otra visión del desarrollo tolimense. El Covid-19, quiero creerlo, enseña que el verdadero rostro de la solidaridad es construir una realidad socioeconómica justa, nuestra y a nuestra medida.

ALBERTO BEJARANO ÀVILA

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