¿Vivimos tiempos de cambio?

Alberto Bejarano Ávila

La valentía de la juventud, los indígenas, los campesinos, los maestros, unos pocos políticos, los sindicatos y en general la reacción de la sociedad, logró frenar (retirar dicen), por ahora, la reforma tributaria y de la salud y, estaría por verse, si logra frenar la reforma pensional y otras leyes con las cuales, quienes detentan el poder en Colombia y con absoluto cinismo, iban por todo. Muchas vidas, angustias, sacrificios y más consecuencias colaterales han sido el doloroso efecto de la gran protesta nacional que detuvo el avance hacia la total exclusión y desigualdad social. Por su contundencia, la reacción popular pareciera conducir al cambio, pero, obligado es advertirlo, igual podría ser un sacrificio en vano y ello pronto lo sabremos.
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Como rústica analogía digamos que “tumbar” al conductor del carro de valores (el funesto Carrasquilla) fue victoria pírrica, porque no se debilitó a quienes trazan la ruta para recoger los dineros de los colombianos (impuestos) que luego utilizan para satisfacer su insaciable codicia y no para redistribuirlos justa y equitativamente y así erradicar o al menos mitigar tanta miseria e injusticia. Difícil es objetar que, de no cambiar el modelo político, el régimen continuará apadrinando el caudillismo hegemónico y éste la corrupción, las desigualdades y la exclusión y no la justicia social, es decir, el inicuo modelo económico seguirá incólume.

Seguramente aún no es tiempo de saber si el histórico e inmenso paro-protesta que realizan nuestros jóvenes demócratas y valientes producirá resultados trasformadores de la realidad colombiana o, como en hechos pasados de rebeldía, si “las aguas se calman” y el atrabiliario poder no sufre mella algún entonces, es de esperar, habría un cínico y brutal “contraataque” para obtener los fines absolutistas que el paro pudo detener, pero no cambiar por objetivos humanistas. Es de pensar entonces que las luchas políticas de la juventud y demás actores sociales tiene que desembocar en la irrupción de poderosas fuerzas políticas alternativas y ello sólo podrá ser constatado en las próximas elecciones nacionales y territoriales.

Aunque el común de los analistas sólo considera el escenario nacional como campo objeto de trasformación, son dos los escenarios donde tienen emerger fuerzas alternativas capaces de originar cambios de raíz. El primero es el teatro nacional, donde la rebeldía, convertida en decisión electoral, debe cambiar la faz política del Congreso colombiano que jamás quiso hacer la gran transformación y, además, elegir un presidente de verdad y capaz de entender el clamor nacional. Así entonces, más que proyectos de ley, debe “tumbarse” todo aquello que representa una mentalidad aferrada al pasado y no al futuro que necesita Colombia.

El segundo teatro es el regional (el Tolima para nosotros) porque representa la democracia cercana, la descentralización, los acuerdos y la participación en la construcción concreta del futuro. Si la rebeldía no cambia la faz política del Tolima, entonces continuarán los “análisis políticamente correctos”, pero sin norte o meta alguna y, eso, es seguir tal como venimos.

 

ALBERTO BEJARANO ÁVILA

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