Sin proceso no hay progreso

Alberto Bejarano Ávila

Recurro a trazos filosóficos conocidos y tantas veces citados que ayudaron a formar criterios sociopolíticos que, lastimosamente, en vez de sublimarse han ido decayendo y perdiéndose, como guía de juicios de valor, para entender una época en que el orden social se desmorona física y moralmente.
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Cada día millares de personas se suman a quienes no pueden disfrutan el buen vivir que la modernidad podría proveer y, como si hubiéramos vuelto al medioevo, sí tienen que sufrir el mal vivir que se propaga por las regiones por efecto de las injusticias que crecen, no pocas veces favorecida por nuestra consciente o inercial conducta política.

“El hombre es un animal político” (Aristóteles) por vivir en sociedades creadas por el mismo, pero que también arrasa cuando muta en “lobo para el hombre” (Hobbes), depredador que encarna quien causa injusticia y desigualdad. El hombre justo que buscara Diógenes con una lámpara, es alegoría de la utopía de hallar, en nuestros días, líderes rectos y coherentes que antepongan los intereses comunes a sus propios intereses o, al menos, que quieran alcanzar su realización personal sin vulnerar el bien común y por tanto ayudando a convocar ideas y voluntades para avanzar hacia la prosperidad colectiva, ideal lejano porque hoy “el arte de la política” consiste en saber utilizar las desgracias ajenas para lograr fines personales.

Quienes procuramos indagar qué es auténtica política, no requerimos de polígrafo electoral para ver los propósitos del candidato, ésos los revela su conducta, sus tesis y sus estrategias; recordemos el adagio popular: “por el desayuno sabemos cómo será el almuerzo”. Cuando el “político” solo piensa en él y no en todos, acepta lisonjas y desprecia ideas (parece ungido por Atenea); sus “ideas y principios” se empacan en bolsas plásticas para “difundirlas” y así corromper aún más el espíritu social; es mesiánico y totalitario; instrumentaliza voluntades; no admite que el cambio se produce en procesos compartidos; tiene cómplices y no amigos; como buen maniqueo se ubica “del lado de los buenos” y los demás son pelagatos.

Asiduamente los tolimenses exponen preocupaciones sobre empleo, patrimonio histórico, daños ambientales, inseguridad, corrupción, movilidad, espacio público, carestía, etc., y casi siempre, las quejas concluyen con un ¿hasta cuándo? Pero ahora que se decide el derrotero político a seguir, recaemos en el arcaico patrón político, en creer que, per se, un congresista es la solución, pues olvidamos que por muchas décadas nuestros votos se perdieron porque olvidamos que primero debe construirse el proyecto y la organización política que conviene al Tolima y, luego si, ocuparnos de lo electoral para avanzar y no para retroceder.

“Predicar moral es cosa fácil, muchos más fácil que ajustar la vida a la moral que se predica”, Parafraseo a Schopenhauer, diciendo que detestar la politiquería es cosa fácil, más fácil que idear un proyecto político y por ello, excusen mi porfiada franqueza de golondrina solitaria, moriremos engañados mientras aceptemos que los candidatos sigan saliendo de chisteras y no de procesos y liderazgos legitimados por fines, estrategias y acuerdos para trasformar al Tolima.

Alberto Bejarano Ávila.

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