¿Actores políticos o actores electorales?

Alberto Bejarano Ávila

Una opinión meditada antes de plantearla formalmente indica que en el Tolima hay actores electorales, pero no actores políticos.
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Este aserto lo fundamento en mi indeclinable postura respecto a que el progreso tolimense no se logrará sobreaguando o aplicando paños de agua tibia al sinfín de graves problemas y aceptando que tan irrelevantes soluciones se conviertan en promesas (realmente anzuelos electorales) que, la fuerza de la costumbre, las “legitima” como genuino proceder político.

Ejemplo de tal extravío político son los debates electorales, donde los moderadores solo preguntan temas funcionales y claro, como respuesta obtienen incongruencias bobas y así, ni organizadores ni debatientes, hacen de esos debates ocasión de excelsa pedagogía política que nos enseñe qué es verdadera política y nos permita saber con quienes, cómo y cuándo la auténtica política empezará la reconstrucción tolimense.

Por consecuencia también una indeclinable posición señala que el auténtico fin de la política es restaurar al Tolima y por tanto que, el espacio que hoy ocupa la politiquería, debe llenarse con ideas renovadoras y un modelo político capaz de generar una reconversión histórica que supone transitar, desde el atraso físico y mental, hasta el tiempo de la modernidad. 

Tal como lo revelan los aludidos debates, no son organizaciones sociales, ni son entidades educativas, económicas y mediáticas las que trazan las grandes rutas y, por el contrario, con su anuencia atizan ese politiqueo que causa decadencia y con ella anarquía y atraso y, así entonces, mal podemos culpar al politiqueo de la venalidad, la ineptitud y el caos, cuando toda la sociedad incumple su deber de generar cambios y direccionar aquella reconstrucción.

Si toda la institucionalidad de la sociedad tolimense conviniera formalmente que el objetivo superior de la política (con mayúscula) es causar aquella reconversión histórica para acceder a la modernidad, entonces entre todos podríamos hallar el cómo hacerlo. Pero, si insistimos en apadrinar la “política del personalismo”, donde cada quien aspira a tener su propia ínsula para fungir como monarca y reyezuelo, entonces tendríamos que renunciar al anhelo de que la identidad tolimensista nos integre y nos permita tener un modelo político basado en ideas de integralidad y sistemicidad territorial, modelo donde las valiosas individualidades mutan en liderazgo colectivo para lograr ese fin superior. Sin duda el Tolima sensato está demorado en despejar aquel dilema shakesperiano del “ser o no ser”.

Pensadores, columnistas y opinadores en general, caímos en la mala costumbre de censurar efectos y no causas, de decir cómo deben ser las cosas o qué cosas no deben ser y de ayudar a que la sana vocación personal tome un cariz fundamentalista que también desune porque, si “las temáticas se privatizan”, se aíslan del todo sistémico o lo complejo del desarrollo. La voluntad política sin ideas y ética no sirve, como no sirven ideas y ética sin voluntad política y, por esta razón, no seré gregario de causas personales y seré incondicional coequipero de quienes acepten, propongan y acompañen ideas y procesos para transformar al Tolima.

 

ALBERTO BEJARANO

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