Todo bien, pero sin ruido

Alberto Bejarano Ávila

Luego de los inicuos sucesos descritos en mi artículo titulado “trepidante y canallesco” (el cumpleaños de Ibagué y un festival musical, ambos realizados en el Murillo Toro, el primero con 17 horas continuas y el segundo por cuatro torturantes días, con promedio diario de 18 horas), en verdad no volvieron a producirse tan irrespetuosos eventos, aunque sí algunos excesivamente ruidosos. No obstante, el copioso feedback que generó el artículo me obliga a retomar el tema, pues de aquel se infiere que viene ocurriendo algo raro, la ciudad musical está mutando en ciudad del ruido y tal deformidad no sucede solo en el Parque Murillo Toro sino de toda la ciudad, afectando la salud, la civilidad y el sosiego de los ibaguereños.
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Como observador asistí a una reunión de regentes de edificios próximos al Murillo Toro cuya agenda incluía el diálogo razonado con las autoridades, las estrategias de protesta y la acción legal a iniciar; allí se dijo que la Cámara de Comercio de Ibagué declinó su apoyo a esta causa porque auspiciaba eventos de fomento empresarial, objeción insólita por tratarse del ruido, que pienso también altera el sosiego y la eficiencia de quienes laboran en sus edificios y no de objetar sus apoyos, pues si de objetar se tratara, juzgaría que la CCI se queda corta en el fomento empresarial. 

Días después entendí el asunto cuando la CCI patrocinó un evento de comidas, tentador, pero con música estridente, que nos impidió degustar con tranquilidad y buena charla las viandas ofrecidas, situación que pudo evitarse si la CCI exigiera ambientar esas ocasiones con música instrumental suave para mente, cuerpo y alma.

También asistí a un evento organizado por la Gobernación y la Universidad del Tolima, donde mostraban algunos programas, que las gentes del común desconocemos, y sorprendió que el evento se animara con bailes de salsa y más ritmos, amplificados con potente sonido, cosa que, en mi opinión, desdecía de la majestad y el rigor académico; tan educativo evento, que pareció falto de promoción, pudo enaltecerse con coloquios, videos, dosieres y monitores doctos en los temas expuestos. Igual ocurrió, un sábado a las 9 pm, que una iglesia cristiana realizó una liturgia con cantos que parecían gritos de centro psiquiátrico e igual amplificada a gran volumen y, bajo estrés pensé (podrían excomulgarme), que Dios no es sordo y que, a juzgar por el pasaje del edén, Dios disfruta de los sosegados ambientes bucólicos.

Descontando que derecho, lugar y momento deben tener quienes gustan del heavy metal y más formas de goce acústico, uno se pregunta por qué, en Ibagué, los eventos son altamente ruidosos. Por ello a los ambientalistas aconsejo organizarse para que exista ambientalismo y así aunar estrategias certeras para defender los arbolitos que nos dan oxígeno y, también, para erradicar el ruido como forma de violencia que exaspera y enferma. Por conveniencia común, instituciones, organizaciones sociales y gremios están obligados a apoyar la cruzada por la salud (física y espiritual), el civismo y la tranquilidad de los ibaguereños.

ALBERTO BEJARANO ÁVILA

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