La semilla está ahí, pero….

Alberto Bejarano Ávila

Pensar el desarrollo supone pensarlo con prosperidad económica, premisa obvia que pone en duda la sensatez y pertinencia de la teorización económica o académica con la que están fundamentado la visión prospectiva de lo público y lo privado en el Tolima, pues si bien sus enfoques teóricos son aparentemente correctos, sus resultados en el Tolima los desmienten.
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La renuencia a debatir sobre un modelo económico regionalista o endógeno ha incubado la errónea creencia de que con dinero ajeno podemos ser ricos y por ello nunca se quiso hablar siquiera sobre la formación y acumulación de capital tolimense como inequívoco postulado para que en verdad el Tolima sea próspero y por ello nuestros exégetas, usando como excusa moral la generación de empleo, acogen la inversión externa como estrategia cardinal, siendo esta apenas una variable accesoria para lograr la legítima o inclusiva prosperidad tolimense.

El Tolima vive un tiempo mental feudalista en el que el humanismo aun no asoma y por ello toda mirada hacia el futuro se enfoca desde el egocentrismo y el centrismo económico y no desde el antropocentrismo y por ello las personas son un medio y no un potencial que unido y respetado podría emprender la histórica trasformación de nuestro territorio.

Los alienados y copietas exégetas, que ni saben ni quieren saber de economía endógena, tampoco querrán oír de iniciativas para que eclosione el espíritu emprendedor de los tolimenses, espíritu que, sin duda, subyace en cada persona y se evidencia en la pequeña empresa, la microempresa, y la informalidad que, de hecho y ayudadas por las remesas de los tolimenses en la diáspora, son la columna vertebral de nuestra economía, verdad que ignoran o rehúyen los “expertos” al teorizar sobre el desarrollo, o lo mismo, la semilla está ahí, pero su miopía no la deja ver.

Ojalá se entendiera que debemos reiniciar la construcción de la economía tolimense a partir del rescate del concepto de economía popular o democracia económica, partiendo de creer en el talento tolimense y de refundar el cooperativismo, la asociatividad y los métodos para apoyar el emprendimiento colectivo e individual.

El primer prejuicio que debemos proscribir es que lo popular es sinónimo de mediocre, porque muchas regiones y países desarrollados, muestran modelos de cooperativismo industrial, agroindustrial y de servicios; comunidades energéticas; asociaciones de profesionales y más formas de economía popular que generan prosperidad. Con tales referentes, regiones ricas con gente pobre, como el Tolima, deberían acoger la economía popular como estrategia vital para forjar progreso con equidad social.

Como ejemplo de cientos de iniciativas viables de economía popular, sugiero crear la red de talleres de motocicletas para profesionalizar el oficio con capacitación e innovación y, luego, acercar esa red a asociaciones o redes de ingenieros y diseñadores mecánicos, fundidores y torneros, para producir motopartes para el mercado interno y externo. Igual podrían idearse redes o engranajes en madera, cuero, confección, ingeniería eléctrica y metalmecánica (para fabricar e instalar paneles solares a comunidades energéticas) y muchos más subsectores.

ALBERTO BEJARANO ÁVILA

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