La venganza de Analía y la política

Alfonso Gómez Méndez

Este encierro voluntario me permitió algo que no hacía desde cuando “Betty la fea”: apasionarme por “La venganza de Analía”, telenovela de Caracol con una sucesión de capítulos, a la vez divertidos y dramáticos, y a un mismo tiempo, tal vez sin proponérselo, recreativos de muchas situaciones propias de la política colombiana.
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En esencia, mostró el caso de una niña maltratada por sus patrones que, enamorada del hijo de un matrimonio amigo y en cierta forma cómplice, es testigo de la forma como “Guillermo León Mejía” -magistralmente interpretado por Marlon Moreno- mata a su madre, empleada doméstica.

Pronto sabrá que fue el producto de una violación y que también por eso el desalmado y cuasi mafioso “político” pretendió matarla para borrar la huella de sus crímenes. Buscó afanosa la “ayuda” de la abogada Fabiola Contreras, quien antes que ayudarla advirtió a Mejía que su madre lo que se proponía era denunciarlo por paternidad, convirtiéndose así en una ficha más de todo el entramado delictual del “político”. Milagrosamente es acogida por una honesta juez que quiere salvarla. El ambicioso “político” -enterado de cuanto ocurría por boca de Contreras- intenta asesinarlas poniéndoles una bomba en el carro donde van con un investigador.

En este y en todos los otros crímenes de sangre, Mejía utiliza a un antiguo compinche quien le debe favores, extrañamente llamado “ingeniero” en los libretos: un hombre frío, calculador y eficaz para librar al “patrón” de testigos incómodos.

Para evitar que maten a la niña, la juez simula que están muertas y la lleva a México, donde se convierte en Analía Guerrero -interpretada por la exreina y gran actriz Carolina Gómez-, quien triunfa como asesora de campañas políticas. Deja allá de lado un futuro asegurado y vuelve a Colombia para vengar a su madre, atravesándosele al ya candidato presidencial para impedirle que llegue con todas sus trampas a la primera magistratura y más bien pague con cárcel por sus delitos.

Con refinados métodos de espionaje penetra la campaña, ganándose la total confianza del violador y asesino de su madre, y también su padre. Al final, en vísperas de ser elegido Presidente, ella logra conseguir las pruebas de otros casos de violación cometidos por el “tartufo”, y además de corrupción, compra de votos, financiación ilegal de campañas, enriquecimiento ilícito, asesinatos, extorsiones y terrorismo. Hechos, situaciones y personajes que parecerían por momentos una radiografía de la política colombiana: intercambio de favores entre políticos y contratistas, traiciones, abusos y violaciones, ocultamiento de delitos por las autoridades, utilización de métodos mafiosos para comprar complicidades o borrar pruebas, galopante impunidad política, matrimonios fingidos, infidelidades, teatralidades y mucho más. Lo único leal son los amigos que Analía conoció en la calle cuando buscaba esquivar la muerte.

Singular, sí, la familia del “Dr. Mejía”: una esposa que al principio, por la ambición de ser primera dama es cómplice de todo para  terminar convertida en esclava y asesinada por su propio marido cuando estaba dispuesta a hablar; un hijo alcohólico y drogadicto a quien trata de utilizar políticamente; una hija a quien, como mal padre, maltrata por ser lesbiana pero a la que luego, amenazando a la madre, la incorpora a su campaña para tratar de borrar  su real condición de homofóbico; y otra que se le somete, pero luego será usada por sus adversarios.

Para conseguir su noble objetivo la buena Analía usa todo un aparato de espionaje que implica hacker, chuzadas, seguimientos y aun perfilamientos de los que hoy tanto se habla. Y hay cruce de exesposas.

ALFONSO GÓMEZ MÉNDEZ

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