La voz del poder

Alfonso Gómez Méndez

Hace unos días, en el Metropolitan Club, en la honrosa compañía de la politóloga Lariza Pizano y del periodista y profesor Juan Guillermo Ríos, fui invitado a la presentación de la segunda parte del libro “La Voz del Poder”, publicado por RTVC Sistema de Medios Públicos.
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En el primer tomo se presentan los discursos de posesión presidencial entre 1938 y 1990, y en el segundo, los pronunciados entre este último año y el 2022, incluidos los de quienes lo hicieron a título de designados.  

Se trata sin duda de una gran investigación histórica, dirigida por el equipo de RTVC, al frente de la cual estuvo su director, el curtido periodista Álvaro García y varios de sus colaboradores, entre ellos, Juana Amalia González, Jaime Humberto Silva y María Margarita López. No solamente condensa los discursos de posesión, sino otras piezas oratorias de los presidentes frente a cruciales momentos que les tocó vivir como Jefes de Estado. Me llamó la atención el uso de la moderna tecnología, pues al escanear un código QR al inicio de cada una de las intervenciones, el lector puede escuchar directamente la banda sonora. Pero no solamente se transcriben los discursos, sino que se analiza la época, la economía, las decisiones tomadas, y hasta qué punto se cumplieron las promesas.  

Este libro es un buen aporte para la historia y la cultura política en el país, que como lo dijo Juan Guillermo Ríos en el acto de presentación, debería ser texto de estudio no solo en las universidades sino en los colegios de bachillerato, en un momento en que el desconocimiento de la historia y la desmemoria han contribuido tanto a la degradación de la política.  

Su lectura suscitó en mí muchas reflexiones, algunas de las cuales me permito compartir: Nuestros presidentes y líderes, eran no solo políticos sino estadistas, casi todos con gran formación literaria y humanística, había una cierta respetable solemnidad en el ejercicio del poder. 

En los discursos, por ejemplo, los de Alberto Lleras, además de lecciones políticas, eran piezas literarias; con razón alguna vez dijo García Márquez que Lleras era un literato perdido en la política. Lo mismo puede decirse de Darío Echandía, ante todo filósofo y jurista, quien nunca buscó el poder y fue un maestro con la palabra, en contraste con algunas cosas que hemos visto después cuando se han mezclado negocios y política, dijo en célebre discurso en el Senado que gozaba del “lujo exquisito de ser pobre”. 

Los de Lleras Camargo en el Tequendama, en homenaje a Eduardo Santos por la clausura de “El Tiempo” durante la dictadura en 1955 y el del Teatro Patria en 1958, luego de una intentona golpista, contienen una sólida doctrina sobre democracia, libertad de prensa, y delimitaciones entre el poder civil y el poder militar. Los de López Pumarejo, ya como director del Partido Liberal -¡que tiempos!- como Jefe de Estado o como expresidente, más de medio siglo después, tienen actualidad por su profundidad y su factura literaria. Lo mismo puede decirse de Lleras Restrepo, hacendista -siendo abogado- y artífice de la modernización del Estado.  

Resalto también de la lectura, que antes se llegaba a la jefatura del Estado después de una cuidadosa y bien estructurada carrera en el servicio público. No se pensaba entonces como en tiempos de ahora que “el mango estaba bajito”. Los designados eran presidentes en potencia sin tener cargo público, ni casa, ni asesores, ni costosos aparatos. La designatura era una expectativa y no un cargo. 

El hecho de que el “poder” se asocie solo a la Presidencia es una prueba adicional del excesivo presidencialismo. Valdría la pena recordar piezas como las de Gaitán, Carlos Lozano, y tantos otros en el Congreso, o de magistrados como Reyes Echandía en Ibagué en 1985. 

La sucesión de apellidos en el ejercicio del mando podría hacernos pensar que tendría razón la frase cínica de Miguel Antonio Caro cuando le dijeron que, en la Constitución del 86, se había diseñado una Monarquía, a lo que contestó, “sí, pero lamentablemente electiva”. 

… Gran aporte para la salud de los colombianos el moderno centro para la investigación y el tratamiento del cáncer CTIC, donado al país por Luis Carlos Sarmiento y su familia. 

 

ALFONSO GÓMEZ MÉNDEZ

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