Tiempos de paz, tiempos de amor

Con la inminencia del advenimiento de la Navidad y el nuevo año, los colombianos, al igual que millones de habitantes de este superpoblado planeta lo hacen, nos valemos del correo, el teléfono, el celular o la internet para hacer circular los más conmovidos mensajes de "Amor y Paz”

y hacemos lo posible para reemplazar todas las expresiones de violencia y agresión por vistosas luces, alegres músicas, melodiosos toques de campana, esperanzadoras voces y cánticos de reconciliación que preparen los espíritus para que, frente al Dios niño en las noches de navidad y año nuevo y en medio de estrechos abrazos, hagamos, entre viandas y licores, conmovedores propósitos de mejoramiento y cambio.

Todo ello en un común contexto ornado por brillantes árboles de Navidad, “papás noeles” o pesebres de Belén que intentan reproducir retazos de nuestra propia geografía o parajes foráneos cubiertos de nieve con exóticos renos y trineos.


Y en las abarrotadas calles todos, pobres, menos pobres, ricos, más ricos, grandes o chicos, en actitud sonriente y de manera generosa reiteran amables expresiones frente a cada parroquiano que se cruza por su camino, conocido o no, ante lo cual, cualquier desprevenido visitante que presencie tan inefable espectáculo, debe pensar que de la faz de este convulso país desaparecieron como por arte de magia, el rencor, la amargura, la corrupción, el odio y la violencia.


Como si se hubiera utilizado la utilería de una comedia para ocultar la diaria tragedia del discurrir nacional.


Porque al mirar en detalle y cuidadosamente el aparente apaciguamiento de los espíritus, encontramos encubiertas bajo el engañoso ropaje de los besos, los abrazos, las sonrisas, las luces y regalos, todas las formas de agresión que merecidamente nos han llevado a ganar el título de uno de los países más violentos del globo terráqueo, en plena vigencia.


Violencia con la cual nos hemos familiarizado tanto, que frente a ella hemos perdido la capacidad de asombro y hemos mermado por lo tanto la reacción para procurar su total erradicación, como se vio en la reciente convocatoria a marchar contra las FARC.


Así que fechas como ésta, que para el resto de la humanidad constituyen un verdadero sinónimo de armonía y comprensión para con el semejante, a más de las expresiones de afecto al semejante, deben resultar propicias para que los colombianos condenemos colectivamente a los actores de la barbarie, exigiéndoles el inmediato alto en la práctica de la guerra, el narcotráfico y el terrorismo con sus secuelas de secuestro, muerte, destrucción, miseria, angustia, dolor y llanto.


Que las experiencias hasta hoy vividas nos parezcan ya más que suficientes, para iniciar sin dilación la tarea de reconstrucción espiritual dentro del marco del verdadero evangelio de paz y amor de aquel, que con tanta algazara y precario recogimiento, celebramos su nacimiento 2011 años después de acontecido.


Menos barullo, música, pólvora y libaciones y más respeto, tolerancia, comprensión y amor, es lo que requerimos a ver si en algún tiempo futuro podamos llegar a tener una Feliz Navidad, real.

Credito
MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME DÔME

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