Primero educar y luego lo demás Al oído de las nuevas administraciones

Ello requiere de una transformación de la inversión en los presupuestos y un análisis cualitativo de lo que hasta hoy se ha hecho en ese campo, acompañados por una objetiva y severa calificación de los procesos educativos y un serio compromiso con el cambio cultural.

Sin que se pueda desconocer que los estímulos para la creación de nueva industria y la expansión el fortalecimiento y el crecimiento de la existente puedan llegar a constituirse en factores importantes para el mejoramiento de la economía, tanto en términos de generación de empleo como de irrigación de riqueza, sí podemos aseverar que ellos, por sí solos, no pueden llegar a identificarse como los únicos elementos a ser considerados, cuando de elevar la calidad de vida y erradicar los males de una comunidad se trata.

Porque junto con tan importantes acciones, se deben adelantar otras diversas, a la par que realizar cuantiosas inversiones, -si se quiere más urgentes y difíciles-, en los campos de la educación, la ciencia y la cultura, a fin de proocurar un mejor desempeño espiritual de la colectividad y la reorientación de sus comportamientos hacia la tolerancia y la participación democrática.


Ya que es verdad tan reconocida universalmente, como que se encuentra consagrada en la Constitución de la Unesco aprobada en Londres apenas acabada la segunda gran conflagración europea en noviembre de 1945, que resulta inexcusable no recordarla en una región que sabe que “las guerras nacen en la mente de los hombres” y que es allí, como sugería el documento elaborado por los sabios colombianos en la pasada centuria, -varios de ellos tolimenses-, “donde deben erigirse los baluartes de la paz”, educando a cada ser humano en el conocimiento y respeto del semejante, en la conciencia de la fuerza del diálogo y en la participación comprometida de los asuntos públicos”.


Yendo a las raíces de lo que hoy nos daña más que la pobreza, lo cual implica educar contra la injusticia que da origen a la exclusión y la miseria que desembocan en la adopción de actitudes fanáticas y extremistas, volver al olvidado evangelio y enseñar a compartir para evitar las disparidades sociales que laceran socialmente.


Un destacado premio Nobel en economía decía que la educación es la mejor solución en la lucha contra la miseria, a lo que debe añadirse: y contra la violencia, la discriminación el fanatismo y el odio.


“Para pacem”: para construir sólidamente la paz, preparándola en la mente de cada ciudadano y aclimatándola de verdad en nuestras instituciones, así ella no se vea, ni suscite grandes titulares de prensa.


Pero no aquella paz igualmente útil de la seguridad, que transitoriamente dan las armas y los aparatos de fuerza, sino la permanente, que sólo se obtiene con educación, educación  y solamente con educación.


Por que -como también está suficientemente probado-, al incremento de las acciones educativas y al mejoramiento de su calidad, cor­responden, de manera casi que directamente proporcional, la reducción de la guerra y la participación ciudadana, haciendo que cada uno pueda contar en los asuntos de la colectividad y no sólo ser contado en las encuestas de opinión y en las urnas.


Claro que ello requiere de una transformación de la inversión en los presupuestos y un análisis cualitativo de lo que hasta hoy se ha hecho en ese campo, acompañados por una objetiva y severa calificación de los procesos educativos y un serio compromiso con el cambio cultural.


Nunca es tarde para intentar la paz. Mejor hoy que mañana. Así que se debe procurar que funcione la educación en tal sentido, aplicando, para ello, la misma vehemencia que se viene poniendo en obtener el eficaz funcionamiento del aparato de guerra.

Credito
MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME-DÔME

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