¿Si tendremos “una segunda oportunidad sobre la tierra”?

Como cualquier lector, por desprevenido que sea lo puede comprobar, no pasa día en que los diarios o revistas de opinión, al igual que los noticieros y los rumores callejeros, no registren hechos de violencia, sangre, asaltos, secuestros, actos de corrupción, desfalcos y transgresiones sin cuento de la ley, ocurridos dentro de las fronteras de nuestra patria inmortal.

Porque vivimos en medio de la acción de los perversos que perméa la totalidad de los ambientes, por igual en el campo que en la gran urbe o en la pequeña ciudad; en los barrios de clase alta, media o en las comunas o barriadas de invasión.

Y al dedicarle tanto espacio a reseñar las malas acciones de la delincuencia común, las guerrillas, los "paras", los políticos, las pirámides, los banqueros, la burocracia de cuello blanco y ahora hasta la de los operadores de la justicia, el ciudadano del común, inmerso en ese torbellino, termina por internalizar la idea de que en Colombia todo se resuelve de acuerdo con la ley del mas fuerte, del mas astuto o del mas corrupto, según el caso.

Y así parezca mentira termina por acostumbrarse a ello, perdiendo su capacidad de asombro ante el delito; y cómo no, si lo convertimos en lo habitual, lo cotidiano, lo corriente, y a diario seguimos tomando una o mas "dosis personales de criminalidad", sin solución de continuidad, para alimentar el espíritu con ellas. 

Llegando al propio convencimiento, que este es un irredimible país de violentos y corruptos, posiblemente por culpa de un insuperable atavismo que hará que nuestros hijos y los hijos de estos, también lo padecerán, sin que exista posibilidad alguna de evitarlo, al punto que enter conformes y apáticos, renunciamos a toda esperanza. 

Lo grave es que a tal estado de ánimo no llegamos recientemente ni de un solo golpe. Lo hicimos poco a poco y salvo cortos periodos, imperceptiblemente fuimos ascendiendo en la indolencia ante el delito, registrándolo siempre con escandalosa fruición. Desde los primeros albores de nuestra vida republicana, pasando por las muchas “pequeñas guerras de opereta” que libramos en el siglo XIX, la inefable violencia de los años cincuenta, hasta llegar al momento actual, culmen de nuestra barbarie.

 Sin haber hecho pausa alguna para reflexionar, para repensar nuestros procederes e instituciones, para evaluar y rediseñar racionalmente lo existente, sin escuchar las voces que llamando a la sensatez se alzaban. 

Si acaso con un breve intento frustrado: cuando implementamos el llamado “frente nacional” y “la alternación” en el poder, que a la postre resultaron mas nocivos que la situación que aspiraban a remediar. Los medios de comunicación y la opinión no han querido entender la urgente necesidad de un drástico cambio, y los partidos políticos, los gremios, la iglesia, la universidad, los gobernantes, no proponen nada eficaz para lograrlo.

Los mismos encargados de educar y formar las nuevas generaciones, en sus manifestaciones colectivas demuestran su intemperancia y agresividad. 

No se está tratando de aclimatar una cultura de paz y así ¿como vamos a salir de esto?

 Llegó la hora de quitarles la primera plana de la información y el comentario a la violencia y al crimen para destacar la grandeza del hombre del común, que en medio de tanta dificultad se levanta a trabajar todos los días con la convicción que al fin de la jornada encontrará el premio que le brindará su esfuerzo. A contar y relievar las hazañas y los logros de nuestros escritores, deportistas, obreros, maestros, investigadores, médicos, agricultores y en general todas nuestras gentes de bien, que luchan y triunfan, para ver si renace la esperanza y nos  convencemos que no todo está perdido 

Si el protagonismo y la primera plana los pierden el corrupto y el violento, con seguridad pierden la corrupción y la violencia y ganan la paz, la convivencia y la esperanza. 

O lo convertimos en propósito colectivo, acompañado de las acciones adecuadas para alcanzarlo o seguiremos “como estirpes condenadas” a seguir registrando a diario y sin asombro, que no tendremos “una segunda oportunidad sobre la tierra”. 

Credito
MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME - DOME

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