Cuándo mueren las democracias

Augusto Trujillo

Las democracias mueren por inanición y las dictaduras nacen por intolerancia. Pero son las dos caras de la misma moneda. La democracia supone un ejercicio cotidiano que, si se descuida, puede afectar su funcionamiento hasta el colapso. Con razón, Ernesto Renan sentenció que la democracia es un plebiscito de todos los días.
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Gobernar es un ejercicio democrático suficientemente difícil en sociedades tan complejas como las actuales. Se requiere liderazgo, incluso cierto carisma y, sobre todo, experiencia y talento.

Por desgracia esas virtudes escasean en este mundo de dirigentes improvisadores. Los gobernantes de nuestro tiempo tienen inmensa responsabilidad frente al buen suceso de la democracia. De ellos depende, en gran medida, su fortalecimiento o su deterioro. Para gobernar bien no basta con administrar bien. Gobernar en democracia exige dirigentes con conocimientos, con vocación de diálogo y con capacidad de concertación. Claro, también ciudadanos que observen críticamente la política.

El pensador español Daniel Innerarity cree que la educación no aumenta tanto el compromiso ciudadano con la política, como el desarrollo de una comprensión, entre intelectual y emotiva, de la importancia de conversar ampliamente con el otro y de encontrar motivación para la búsqueda de acuerdos. Eso también se llama civilización.

Para Innerarity, conseguir que la política sea algo comprensible en tiempos tan complejos, pasa por la formación de sociedades inteligentes, que no es lo mismo que sociedades con individuos de alto grado de educación. En otras palabras, es necesario construir cultura democrática, precisamente, porque la democracia no es una ideología sino una cultura.

El buen suceso democrático es responsabilidad colectiva, pero exige un hondo compromiso dirigente. La Carta del 91 quiso avanzar hacia la mayor democratización posible de la sociedad colombiana. Aprobó normas para fortalecer al Congreso, para limitar excesos del presidencialismo, para devolver al ciudadano la política.

Sin embargo, casi todos los gobiernos ulteriores se abstuvieron de adelantar el cabal desarrollo de esas normas; no hicieron pedagogía constitucional, pero sí adoptaron múltiples contrarreformas al texto superior. Las orientaciones democratizadoras de la Carta se neutralizaron a lo largo de estos treinta años.

En lo que va corrido del presente siglo se ha cumplido un proceso de recentralización y de represidencialización, que muestra una clara involución democrática. Todo ello a espaldas del país nacional. Para completar, el gobierno actual, politiza la fuerza pública y asume compromisos partidarios sin escrúpulo alguno.

Desde hace más de cien años el país viene construyendo una cultura democrática. El Constituyente de 1910 sembró una semilla que resistió la hegemonía conservadora y su tránsito hacia la hegemonía liberal. La vocación civil de la República solo se vio interrumpida por el golpe del general Rojas Pinilla.

Pero, al menos, los colombianos fueron conscientes de que el Estado de derecho era sustituido por un estado de poder. Hoy solo tienen una única certeza: la incertidumbre. El gobierno, del todo ausente, deja el país al garete, pero desde su cúpula, vulnera los límites que la ya débil democracia impone al ejecutivo. Y el ciudadano, perplejo, no sabe qué hacer. Así es como, hoy, mueren las democracias. Ese es el principio del fin.

AUGUSTO TRUJILLO MUÑOZ

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