Elegimos… ¿y ahora qué?

Alberto Bejarano Ávila

Terminó la enésima edición del novelón electoral y ahora los tolimenses tenemos “nuevos congresistas”… ¿y ahora qué? Dos cosas pueden pasar, la primera y casi segura, es que todo seguirá igual o tal vez peor y la segunda (la sugiere mi infinita candidez), que nuevos y viejos congresistas abjuren de las mañas seculares, se autocritiquen y se reinventen. Para la región, lo ocurrido en 11M fue fatal, así “la genialidad política” diga otra cosa, y, como ciertamente “esto no aguanta más”, lo inteligente sería que quienes juegan a la política y quienes desde la tribuna alaban “jugadas de tronco” o vocean procacidades, decidan construir una nueva mentalidad, pues el Tolima hoy parece conceder plena razón al axioma de Carlo Cattaneo: “los pueblos que se hacen pequeños en su pensamiento se hacen débiles en sus obras”

Uno diría que la mayor limitación para el progreso es negarnos a inferir que el Tolima no es una región pobre, sino empobrecida por su débil forma de pensar que impide ver referentes genuinos de modernidad y progreso y permite que la anacrónica retórica política cabalgue sobre la falacia que bien dibuja la paradoja lampedusiana: “que todo cambie para que nada cambie”. Pero pensamiento débil no significa ausencia de talento regional, pues incontables son los ejemplos de talento y tesón de los tolimenses en los campos de las ciencias sociales, económicas, artes, etc., talento que por extraña razón no anima el espíritu emprendedor.

El congresista (es moda) y todo aquel que alega ser personero del desarrollo regional, debe negar o aceptar que la simetría del talento regional parece estar a favor, por amplio margen, de los coterráneos que optaron por emigrar a otras latitudes. Si es verdad que el talento de los nuestros brilla más “allá que acá” el asunto no sería humillante sino edificante, pues la fuga de talentos corroboraría que la región fue cooptada por una débil forma de pensar que se tipifica por ser poco amigable con la inteligencia raizal y solícita con la opinión ajena y porque el “arribismo político” opaca el talento de académicos, investigadores y pensadores para producir inteligentes aportes a la región y, de ahí, el patético exceso de majadería.

En tanto paradigmas, emociones y costumbres que animan e informan la idea del desarrollo regional sean enajenantes, como hasta hoy han sido, difícil es imaginar un futuro basado en recursos y potencialidades endógenas y, al contrario, seguiremos aplazando nuestro propio bien vivir para que actores políticos y económicos extraños consigan jugoso beneficio. Nada cambiará si la política sigue siendo feria de veleidades y no cuestión seria, pues el progreso será cierto sí las ciencias sociales y económicas, en correlación simbiótica, crean una nueva mentalidad, unas ideas fuerza pertinentes y un espíritu de región identitario y protagónico que anime la concurrencia de voluntades y esfuerzos para alcanzar la prosperidad regional. Ojalá quienes ganaron o perdieron el 11M no sean inferiores a tan grande reto.

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