Festival Folclórico y Feria Agropecuaria (1)

Alberto Bejarano Ávila

En el Tolima existe casi que consensuada opinión sobre la progresiva decadencia del Festival Folclórico y la Feria Agropecuaria, eventos instituidos hace más de 10 lustros para exaltar valores y tradiciones y consolidar un aparato productivo acorde a la vocación agropecuaria tolimense. Como los fines fundacionales de estos eventos se falsearon, resulta obvia la tarea de reinventarlos para que respondan a la expectativa de inserción de nuestro territorio en el moderno y global mapa cultural y económico y por ello aventuro una reflexión. Veamos:

Festival Folclórico. Los fundamentos (historias, leyendas, creencias, mitos, tradiciones) que originaron “la fiesta” del solsticio se deformaron con los años y por ello hoy algunos vemos en el “Festival” tiempos de juerga, consumo de bebidas espirituosas, rebusque callejero y otros faenas. Si la dimensión cultural de una sociedad se canjea por fines accesorios, como vender licores, turbar conciencias, paliar el desempleo, etc., entonces esa sociedad tendría que reaccionar, pues ofende y es regresivo que sus raíces ontológicas se quiebren frente al embate del pragmatismo primario y cerrero, la incoherencia y la levedad de los liderazgos.

Tomar la línea del tiempo tolimense para evocar la comunión de nuestros antepasados con la naturaleza, revivir tradiciones de nuestra ruralidad, hacer explícito el sincretismo cultural o ilustrar nuestra cosmogonía, son misiones de antropología social imposibles en ambiente de caos, suciedad, improvisación, inseguridad, mercantilismo prosaico, pálidas muestras de cultura ajena y, por ello, aceptar la ordinariez como referentes dizque folclóricos, es reeditar un pobre presente sin sentido histórico ni genuinas alegorías del pasado y por tanto inútiles como momento de reencuentro de la sociedad con su terruño y con su memoria histórica.

Por carecer del propósito trascendente de entender el pasado para asentar imaginarios de futuro, hoy el Festival y demás fiestas tradicionales no son ocasión para mostrarle al mundo el acervo cultural del Tolima. Si un afortunado paisano viaja a Río de Janeiro, Buenos Aires, Ciudad de Méjico, Sevilla, Pamplona o Beijing, querrá saber de la cultura de esos lugares; la moraleja de esta alusión se traduce en que igual, cuando alguien de otro país llega al Tolima, querrá conocer nuestra cultura y, vergonzoso es, que en vez de representaciones folclóricas excelsas, planes didácticos, excelencia gastronómica y desfiles alegóricos hechos con arte e ingenio mecatrónico, lo que halle sea un tropicalismo decadente, desobligante y ramplón.

El tema da para largo pero el poco espacio impide ampliar el examen y sugerir salidas, salvo que folclorólogos, sociólogos, semiólogos e historiadores, son quienes podrían ahondar las razones y maneras de reinventar el Festival Folclórico de Ibagué y otras fiestas vernáculas del Tolima. Una sentencia de Carlo Cattaneo (“los pueblos que se hacen pequeños en su pensamiento se hacen débiles en sus obras”), ayudaría a entender porque las sociedades progresistas se esmeran para garantizar que sus festejos tengan profundo sentido ulterior.

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