“La patología de la normalidad”

Alberto Bejarano Ávila

Tal vez la franqueza racional pueda tomarse como grosería, pero es preciso correr ese riesgo para expresar el asombro por la inacción o inmutabilidad con que los tolimenses encaramos el futuro. Casi todos admitimos vivir en el atraso, conocemos y no pocos sufrimos sus duros efectos y, además, sabemos que el cambio es un imperativo histórico, pero, por enigmática causa, igual casi todos seguimos en las mismas, es decir, unos prometiendo progreso, otros fungiendo de críticos y muchos amparando el ‘statu quo’ y, casi nadie, escudriñando caminos alternativos. Ésta paradoja se torna teatral cuando en cotilleos casuales, quienes seguimos en las mismas, tildamos de “cuadrados” a individuos de otras naciones o cuando el acérrimo crítico transmuta en furibundo al ser criticado o invitado a practicar la autocrítica. Consciente de que es atrevido apelar al psicoanálisis social para entender nuestra manera de ser, retomo una vieja lectura de Erich Fromm (La Patología de la normalidad. Ed. Paidos). Fromm dice que “lo que denominamos normal es una noción arbitraria y relativa a criterios funcionales… que lo normal (a saber) seria sinónimo de lo que funciona y (por lo mismo) la adaptación de un individuo a un sistema social no necesariamente garantiza la normalidad”.

En resumida síntesis lo que traduzco de esta lectura de Erich Fromm es que la realidad que vivimos los tolimense no es normal, que estamos tan bien instalados en la realidad que todo nos parece normal y que anormal acaba siendo aquel que busca caminos alternativos.

Creo que pocos o ninguno se negará a aceptar que mucho de cuanto ocurre en el Tolima es objetiva y racionalmente anormal. Desempleo; informalidad; pobreza extendida; realidad política ignara y viciosa; endeble aparato económico; dependencia (el poder central decide sobre nuestros recursos y seguimos en deuda); queja sobre abusos ajenos e indecisión para empoderarnos de lo propio; forma de estructurar la visión estratégica de futuro; exceso de crítica y escasez de iniciativas; ausencia de educación para el desarrollo regional; enfoque unidimensional de empresa (solo la privada, no la pública y cooperativa); organización social como enclave de pequeños intereses políticos y económicos. Ahora volvamos a la paradoja inicial: Si lo atrás mencionado y mucho más es verdad, ¿entonces porque todos no estamos de acuerdo en lo fundamental, así discrepemos por asuntos de forma?

La lógica del desarrollo (pensamiento prospectivo normal) exigiría buscar una vía alternativa para alcanzar sus objetivos, vía que no es una opción, sino la única opción que nos quedaría para romper creencias claramente inútiles y así iniciar un cambio histórico.

Haciendo acopio de los hallazgos teóricos de quienes se ocupan de estos asuntos se podrían armar, cuando menos, un borrador de “los planos” requeridos para empezar a construir otra plataforma conceptual, cultural y estructural del concepto de normalidad territorial, pero ello depende de que los dirigentes crean que el cambio es imperativo histórico y decidan escudriñar vías diferentes para que el Tolima transite hacia una era del desarrollo legítimamente normal.

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