En verdad creo en la calidad humana de la mayoría de los políticos tolimenses y, aunque no faltará “el caspa”, procuro no juzgar de antiético a ningún político conocido y menos a quien no conozco. El lío está en que tampoco puedo juzgar sus ideas, pues no logro advertir alguna ideología consistente y actitud consecuente, solo un frívolo popurrí de verbosidad y talante: opaca visión histórica, sistémica y estratégica; dudoso compromiso con el Tolima; ineptitud para liderar procesos complejos de desarrollo; jactancia frenética; obsesivo afán de ser mala copia del mal político nacional. Como juzgo que nuestros políticos no son aviesos, sino algo volátiles, quiero invitarlos a reinventarse y girar 1800 para que, en 2019, comiencen a obrar como los grandes líderes históricos que el Tolima necesita para construir su futuro. Suponiendo que, por milagro, un político decente y dispuesto a cambiar acepta la invitación, entonces a él me atrevo a ofrecerle seis pautas. Primera: el desarrollo regional es indivisible, es decir, no pueden argüirse ideas para el desarrollo de Ibagué y demás municipios sin ideas para el desarrollo regional, y viceversa. Tal enfoque nace del carácter sistémico del territorio o sus complejos tejidos (social, cultural, económico, recursos) que, potenciados, producirían sinergias. Así entonces el desarrollo del Tolima es concepto integral y complejo y no atávico embeleco electorero donde se prometen insignificancias y no trasformaciones. Esto explica por qué buen político es quien ve el bosque y no un árbol adonde arrimarse para pelechar. Segunda: el desarrollo regional exige una nueva cultura política y un liderazgo colectivo, no aspirantes por doquier que, dispersos, sin pensamiento disruptivo, con avales artificiosos y propuestas paliativas y efectistas, se presentan como redentores. Esto es caudillismo añejo y necio y no liderazgo renovador. Tercera: Los tolimenses somos “tres millones” (recuerden la diáspora) que no merecemos estar uncidos a yugos partidistas paralizantes, pues nuestra voluntad debe ser libre y centrada en el propósito común de lograr la prosperidad regional. Cuarta: los partidos tradicionales son “sepulcros blanqueados” y por lo mismo nefastos para el desarrollo regional, pues solo tutelan atraso mental y económico y ardides electorales y, por ende, deben substituirse por otras formas de organización política.
Quinta: La denuncia es útil como forma de control político, pero no es el proceder correcto para pensar y liderar la construcción colectiva del desarrollo regional y, de ahí, tanta ojeriza y despiste político.
Sexta: Una sincera y efectiva conversión debe desembocar en un movimiento con proyecto político y vocación de poder para trasformar la realidad regional y por ello todo líder político disruptivo debe emanciparse del arcaísmo político y, con espíritu comunitario y no cicatero, ser promotor de la nueva política. Solo así dejáramos de recular al ritmo de la retórica vana y surgirá un liderazgo colectivo capaz de construir desarrollo. El tema seguirá ventilándose dado el ciclo electoral. Que en 2019 el desarrollo regional sea un propósito de todos.
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