Paz total en clave de ‘camorra’

Carmen Inés Cruz Betancourt

Según datos de Medicina Legal, “entre enero y marzo de 2023 en Colombia se registraron 4.067 muertes violentas y 27.651 casos de violencia de diverso origen”. Pero no basta con citar esas cifras, de por sí aterradoras, importa señalar algunas precisiones devastadoras que reporta Indepaz: en 2022 fueron asesinados 42 firmantes y excombatientes Farc y 189 líderes sociales y defensores de DDHH; también en 2022 las masacres sumaron 94 con 300 víctimas y, entre enero y abril de 2023 hubo 34 masacres con 112 víctimas.
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Y, según Mindefensa, entre 2012 y 2022 fueron asesinados 2.888 miembros de la fuerza pública, y entre enero y marzo 2023 van 21 asesinados. Un panorama aterrador que explica, en buena parte, la enorme angustia, temor y crispación que padece la ciudadanía.

A este panorama se suman los múltiples problemas y enormes carencias que originan aquella violencia y configuran un contexto en el que resulta difícil imaginar que, excepto los criminales y delincuentes de diverso tipo, haya colombianos que no anhelen vivir en paz. Y no se requieren encuestas para constatarlo, pues son muchas las manifestaciones de comunidades que claman protección del Estado porque no soportan tantas formas de violencia. Es obvio que necesitamos la paz pero, ¿cómo lograrla? Sabemos que es difícil, muy difícil, y es una tarea que nos compete a todos.

Anticipando el desacuerdo de muchos, considero que lo primero es desarmar los espíritus, como mínimo entre quienes queremos la paz, para ello, urge superar el arraigado hábito de resolver las diferencias con violencia, controlar reacciones primarias y muy particularmente el lenguaje.

Lamentablemente prevalece una actitud ‘camorrera’ inclusive entre los líderes y la dirigencia, aún en el Estado; la comunicación es agresiva, amenazante, insultante y hasta soez, y se agrega el incumplimiento de acuerdos y los desplantes que suelen hacer, que ofenden, inducen reacciones violentas y dan un pésimo ejemplo a la comunidad, especialmente a la juventud que se contagia de ese estilo.

Así lo señalé en columna anterior cuando me referí a los mensajes insultantes del alcalde de Ibagué al hoy ministro de Salud, y lo destaco ahora entre el presidente Petro y el fiscal General; igual que el estilo siempre agresivo de la senadora Cabal, que ilustra la forma predominante entre los congresistas. En esos y en todos los casos es repudiable.

Es válido que haya desacuerdos, que defiendan posiciones y argumentos contrapuestos; nadie pide unanimismo porque se entiende que puntos de vista diversos ayudan a construir mejores propuestas, que es posible conciliar, y si no lo logran, mantengan sus posiciones pero aceptando que por encima de todo debe primar el bien común, el respeto y la responsabilidad de no exacerbar la violencia y la crispación que vive la ciudadanía.

Lamentable que Petro y su gobierno se desgasten en tantas controversias alimentadas básicamente por su estilo autoritario, agresivo, arrogante, amenazante, displicente y esa tendencia a sentirse sobrados y subestimar al resto; estilo que replican muchos seguidores y contradictores, y además conlleva un enorme costo político y social.

Para un ejemplo basta recordar el desgaste que generó la exministra Corcho, quien hubiera logrado mucho más con una actitud, no sumisa ni doblegada, pero sí de escucha activa, respetuosa y abierta a conciliar. Su arrogancia le hizo daño a ella como persona y profesional y, mucho más grave, a un gobierno que comienza su mandato y necesita apoyo para gestionar los cambios que propone. Ojalá el gobierno, y también sus seguidores y contradictores aprendan la lección.

Reconocer los errores y ofrecer disculpas está bien, pero mucho mejor corregir ese ‘estilo camorrero’ que estimula la violencia. 

CARMEN INÉS CRUZ

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