Paridad de género: saludo a la bandera

César Picón

Las listas al Congreso de la República, Asambleas Departamentales y Concejos Municipales, ahora van a ser conformadas en paridad de género: mitad hombres, mitad mujeres. Parece una buena noticia. Sin embargo, decir que ello garantiza equilibrar la participación política de las mujeres es toda una falacia.
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En teoría, a más mujeres inscritas mayor probabilidad de mujeres electas, en la práctica eso no es tan cierto. Antes de la implementación de la Ley de Cuotas del año 2011, que estableció que como mínimo el 30% de las listas a corporaciones públicas correspondiera a uno de los géneros, las mujeres elegidas para el periodo 2010-2014 representaban el 13% en Cámara de Representantes y 17% en Senado de la República. Hoy, en vigencia de la citada Ley, participan con el 19% y 21%, respectivamente. Una mejora marginal. Además, si se tiene en cuenta que la elección de varias senadoras en el año 2014 se dio como producto de votos heredados de políticos condenados por corrupción o paramilitarismo, todavía es más cuestionable la efectividad de la Ley. Y eso que no se ha hablado de la escasa participación de las mujeres en Alcaldías y Gobernaciones: 11% y 6%, respectivamente.

En 7 de los 14 departamentos del país donde se aplica la Ley de Cuotas (en los demás no es obligatorio porque tienen menos de tres curules), se eligió apenas una mujer en las últimas elecciones legislativas, en otros dos departamentos (Caldas y Norte de Santander) no se eligió ninguna. Entre tanto, en ocho departamentos donde no aplica, también eligieron una mujer para el Congreso de Colombia; luego la aplicación de la Ley de Cuotas no demuestra una causalidad directa en cuanto a la elección de más mujeres en las Corporaciones.

A partir de las elecciones legislativas del año 2022, todos los partidos y movimientos políticos deberán cumplir con incorporar por igual, hombres y mujeres, en sus listas. Con ciertas excepciones, empezara de nuevo a jugar el “relleno”: conseguir mujeres que no tienen ni siquiera el deseo de participar en una elección y que solo prestan su nombre para que la lista cumpla con la Ley. Veremos a las secretarias de los directorios, las esposas de los amigos o alguna líder comunitaria valerosa, haciendo parte de las listas que se presentarán para Cámara y Senado. Si hasta ahora los partidos y movimientos se han visto “a gatas” para completar ese mínimo de 30% de mujeres en las listas, no me imagino lo difícil que será con el 50%. Así no nos guste, esa es la realidad.

Creo que aumentar la participación política de la mujer debería ser el resultado de reducir otro tipo de brechas que las empodere social y económicamente y las libere de pesadas cargas que limitan su interés y capacidad para aspirar a ser parte activa de los procesos políticos. Mientras que el desempleo y el bajo nivel de ingresos siga siendo ostensiblemente mayor para las mujeres, mientras que la carga del hogar siga estando en cabeza de mamá y sin ninguna remuneración, mientras que sigan al alza los niveles de violencia contra la mujer, mientras mantengamos una cultura patriarcal dentro de los mismos hogares, será muy difícil tener una masa amplia de mujeres dispuestas a jugársela por alcanzar posiciones de poder político. Todo lo anterior, exacerbado por los efectos de la pandemia, que terminó por sobrecargar a las mujeres con múltiples responsabilidades, entre otras, la educación de los hijos.

CESAR PICÓN

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