La soledad de Gabo

.

Mi primer contacto con el realismo mágico de Macondo lo tuve a los 13 años, cuando en una mañana de sábado fui al cuarto de San Alejo de mi antigua casa para buscar un libro que ordenaron leer en mi colegio. Al darle el título a mi madre ella recordó que existía una copia en el universo de cajas que con los años habíamos acumulado allí, entonces comencé la búsqueda. Abría los polvorientos contenedores, pero solo encontraba fotografías y recuerdos de mis primeros pasos, no había rastro de “El hombre que calculaba” en ningún lado. Entonces fue el turno de una caja rojo cobrizo que estaba al fondo de la habitación. Efectivamente, allí había un ejemplar de lo que buscaba y mucho más.

Los meses que siguieron los pasé leyendo “100 años de soledad”, “El otoño del patriarca”, “La mala hora”, “El amor en los tiempos del cólera” y otras joyas que mi madre había guardado en esa caja como un tesoro de su juventud. Las letras de Gabriel García Márquez me engancharon desde entonces, aunque en mi cabeza siempre flotaba la misma pregunta: ¿Por qué si se hizo famoso escribiendo sobre nuestra cotidianidad no vive en el país? Fue entonces cuando injustamente le rotulé entre mis afectos como un traidor que le había dado la espalda a su natal Aracataca para disfrutar de su feliz vejez en México.

Solo hasta mucho después, en medio del estudio de sus columnas de opinión, fue que descubrí la verdad: Gabo no abandonó Colombia por su propia voluntad, lo hizo huyendo de nuestro gobierno. Así es, un par de viajes que realizó a Cuba en compañía de su esposa Mercedes lo colocaron en el ojo del huracán a principios de los 80, pues la fuerza militar de aquel entonces les relacionó con un desembarco de guerrilleros del M-19 que pisó tierra proveniente de allí meses después. Su captura estaba ordenada y su muerte, en sus propias palabras, sería solo un simple acto administrativo emitido por el Presidente de la República.

La noticia del premio Nobel la recibió lejos de su tierra y añorando el olor de la guayaba que tanto lo cautivó, todo porque no iba a colaborar con la parafernalia y el teatro que abundaba en el periodo de Turbay. Desde entonces ningún presidente se ha preocupado por traer de vuelta a un hombre que con su pluma se convirtió en nuestra insignia a nivel mundial. Desde la China hasta la Patagonia, Colombia es para el planeta una mezcla de café y mariposas amarillas.

La soledad de Gabo es total. El hijo del telégrafo tiene una herida en el corazón, un dolor de patria que hoy aún permanece en su condición de extranjero y casi refugiado. De nada vale acompañarlo en sus malas horas cuando es hospitalizado, como ocurrió recientemente, si todavía hoy ninguna autoridad se ha disculpado con él por el daño que le causamos.

ObiterDictum: El último puesto del país en las pruebas Prisa que califican la calidad educativa no puede más que llenarnos de vergüenza.

Credito
FUAD GONZALO CHACÓN

Comentarios