Apoliticidad

Columnista Invitado

Esta última semana la ciudadanía se ha visto sorprendida por motivos de las marchas. Más que incertidumbre, estas movilizaciones, mayoritariamente de jóvenes, son expresión necesaria de una inconformidad muy profunda que viene agitando a América Latina desde hace décadas. El hecho traumático de la masificación urbana, las crecientes y cada vez más visibles injusticias de todo género, son el caldo de cultivo de ese desencanto. Lo preocupante sería lo contrario: aceptar pasivamente la falsificación del orden establecido como un orden que se ha convertido en objeto de diversión en manos de los políticos, los administradores, una lucha que ya no puede ser contenida por las reglas y reglamentos de una pseudodemocracia. La categoría de ‘partisano’, es decir, del rebelde que acciona contra el mundo administrado por fuerzas omnipotentes, es todavía una alternativa moral legítima.

La reconsideración del modelo clásico colombiano, el guerrillero, parece haber quedado atrás. Los acuerdos de paz no echaron tierra al pasado solo en el sentido de la dejación de armas de las Farc, sino que abrieron una ventana para reinterpretar el país a la luz de sus necesidades y reclamos ciudadanos asfixiados, justamente por esta guerra atroz.

Hoy todo parece nuevo, y hay mucho de nuevo en las marchas que tienen lugar desde el 21 de noviembre. Son las mismas causas que se oponen a la pseudo-legitimidad de un orden político, unas prácticas partidistas y un sistema de dominación laboral (la enajenación por el trabajo de que se hablaba hace siglo y medio), que ahora encuentran las voces de millones de jóvenes en las calles, en las plazas, en las esquinas de los barrios, en los portales de transporte público. Estas marchas, gritos, coros, pancartas, tambores, flautas, disfraces hacen colapsar, con toques creativos de alegría festiva, ese pseudo-orden, la estropeada composición de nuestra sociedad.

En estas acuciantes horas, la masa trabajadora, los ciudadanos de a pie, así como todos los hombres incluidos en la comunidad política nacional, entienden que son parte de ella y es su deber participar en ella. El refugio de la apoliticidad a que induce cierta palabrería de no meterse en política de secuaces, es una coartada falseada, pues de todos modos alguien u otro elige por nosotros. Al menos al participar y equivocarnos nos equivocamos con nuestra propia conciencia y no dejamos que sean otros los que deciden y se equivoquen por nosotros.

Pero este es el destino de la inteligencia -del pensamiento. Las marchas son expresiones de una práctica política concreta; utopía, si se quiere ver de este modo, para crear solidaridad en el sentido de un uso racional y equitativo de los recursos nacionales para abolir la pobreza, para obtener la paz.

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