Ángel o Demonio

Columnista Invitado

La última vez que visité las montañas del norte del Cauca fue en el primer semestre de 2013, durante un viaje de trabajo. Recorrí los resguardos indígenas de Toribío, Corinto y Miranda, conocidos como el ‘Triángulo de Oro’ por la cantidad de droga que allí se siembra. En esa amplia región, con casi cien mil hectáreas, descubrí en las noches llamativas áreas que alumbraban como si fueran un pesebre navideño.

Eran cultivos de Cripy o Creepy, una variedad de marihuana modificada genéticamente en laboratorios y que tiene más Tetrahidrocannabinol, el componente psicoactivo conocido como THC, y que logra “la alteración de la percepción” o “una modificación del estado de ánimo”, aseguran expertos. Como en todas las zonas con cultivos ilegales, la presencia de delincuencia organizada es notable. No era extraño cruzarnos por la carretera con guerrilleros que indagaban sobre nuestra presencia. Una zona bastante pobre que no ha cambiado con el paso de los años, campesinos e indígenas que luchan contra la miseria y las duras condiciones en las que el Estado brilla por su ausencia. 

También hay presencia de fuerza pública conformada, en su inmensa mayoría, por jóvenes igual de humildes que sin opciones portan las armas de la nación. Así es la guerra contra las drogas en Colombia: pobres contra pobres, quienes con el sacrificio hasta de sus propias vidas enriquecen a unos pocos, legales o ilegales. Mientras tanto, en Estados Unidos el consumo de marihuana —medicinal y recreativa—, ha sido legalizado en varios estados en un fenómeno creciente y que llena de millones de dólares las arcas de los gobiernos locales. Esos impuestos se reflejan en educación y salud mientras comerciantes y consumidores tienen reglas claras. Hace un tiempo visité Colorado, un estado que legalizó la marihuana hace cinco años. 

Aunque al comienzo generó temor entre los más conservadores, como me contaron algunos, un artículo del New York Times asegura que “las encuestas estatales no muestran un aumento en el número de jóvenes que fuman marihuana”. Los dispensarios, como se llaman los lugares de venta legal de marihuana y todos sus derivados, en los que se encuentran hasta dulces y gaseosas, son comunes. Emanuel Bernal, un productor de marihuana, me contó cómo sus cultivos y su planta de procesamiento se han convertido en una gran fuente de empleo para los hispanos en Denver, la capital estatal. 

En Colombia venimos produciendo marihuana hace décadas y lo único que se ha logrado es derramar sangre en la lucha por acabar los cultivos en regiones como ‘El Triángulo Dorado’. En 2016 el Congreso aprobó el uso medicinal de la marihuana en el país, lo que permite, al igual que sucede en Chile o Uruguay, la producción, importación, exportación, almacenamiento, transporte, comercialización, uso y posesión con fines médicos y científicos. Ahora solo falta que siga su curso el proyecto que busca la aprobación de los fines recreativos, para que los consumidores eviten los riesgos que implica la ilegalidad. Así todos los colombianos disfrutaremos las posibilidades de contar con nuevos y grandes recursos, producto no solo de los impuestos a la marihuana sino del millonario ahorro en la lucha armada contra esta planta. A ver si detenemos la doble moral y dejamos de matarnos por una mata que se fuma legalmente en otros países.

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