Campo para la revolución educativa en el Tolima

Columnista Invitado

Una de las mayores preocupaciones de la educación durante la pandemia se ha centrado en el aumento de la deserción escolar en el campo. En 2019, antes de la emergencia global de salud, la inasistencia escolar en la ruralidad alcanzó un 4.8 %; en 2020, un 30.1 %.
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En el Tolima, según en Simat, los casos de deserción interanual ese año fueron 7.600 (habría que revisar también la tasa de repitencia y los indicadores de competencias), la mayoría de estos en zonas remotas. Al intentar dilucidar el panorama local, bajo una perspectiva más allá de la coyuntura, no es sorpresa encontrar la misma falla histórica del sistema educativo nacional: falta de priorización y recursos (físicos, humanos, de conocimiento e información, de inversión) para la educación del campo. En particular, el componente humano y de saberes que representan los maestros y el currículo es un asunto de urgencia mayor; requerimos de una formación docente dignificante y competente y una oferta académica pertinente a los espacios campesinos contemporáneos, las nuevas ruralidades. ¿O de qué otra manera lograremos que nuestros niños y jóvenes quieran quedarse en el campo? Ante dicho panorama, la idea de posicionar al Tolima como referente de educación rural puede llevarnos a una revolución de saberes y productividad desde el campo; la diversidad de paisajes y ecosistemas de nuestra región lo hace evidente. Para lograrlo, la triada Estado-academia-sector empresarial regional es fundamental, con la participación activa y transversal de la comunidad local y los estudiantes (como co-creadores de su aprendizaje, no solo receptores de conocimiento). Hoy, el progreso del campo se entiende de manera holística y sostenible, o no se entiende; por tanto, una educación que establezca compromisos directos y dialogantes con las generaciones venideras siempre será más atractiva, sostenible y próspera. Debemos apostarle a una pedagogía biocéntrica; primero, porque refleja el derecho a la vida y preservación que tiene el mundo no humano, todos los reinos, todas las especies, pero también porque las buenas prácticas agro-ambientales de nuestros estudiantes rurales darán valor agregado al departamento y a los productos y servicios que aquí producimos. Asimismo, el ecoturismo y la cultura, además de excelentes ejes de proyectos pedagógicos, deben aprovecharse como fortalezas de la economía y la competitividad tolimense en mercados no convencionales.

Existen propuestas pedagógicas que pueden inspirarnos para llevar a cabo esta revolución educativa desde nuestro territorio, como la Escuela de los Siete Pétalos, enfocada en habilidades socio-emocionales y STEM. Bajo estas ideas lograremos que el Tolima experimente una educación que eleve la conciencia individual y colectiva hacia la paz local y la sostenibilidad global. No se puede seguir pensando la educación y el progreso del campo desde las ciudades; si queremos modificar este estado de cosas, no podemos seguir haciendo lo mismo. El campo de oportunidades para un mejor futuro de nuestros niños y jóvenes no solo es urgente, sino también posible y revolucionario.

 

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PAULA DELGADO MORALES

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