La capacidad de respuesta

Eduardo Durán

Un personaje solía decir con mucha gracia que “En este país deberíamos aprender a pasar de la problemática a la solucionática”. Y cuanta razón le asistía.

La verdad es que en nuestro medio encontramos toda clase de personajes que se vuelven expertos en diagnósticos, en identificar problemas, en criticar situaciones y en aventajarse en idear escenarios, pero a fin de cuentas son pésimos ejecutores.

Los vemos por todas partes, y sobre todo pululan en esta etapa electoral cuando con su verbo logran cautivar a todos los incautos en quienes produce admiración esa capacidad para criticar y prometer solución a lo que tanto agobia.

Pero en la práctica, en la mayoría de las veces el hueco sigue en el mismo puesto y tal vez con la capacidad de reproducirse en cada esquina; el delincuente se apropia definitivamente del lugar de sus fechorías y otros lo imitan para ocupar lugares disponibles; el semáforo sigue roto o disparatado mientras los vehículos colapsan; el agua sigue sin llegar a muchos sectores y la educación flaquea y sigue sin apuntalar el escenario de cultura que todos anhelamos.

La lista puede llegar a ocupar páginas enteras y cada lector podría agregar sus particulares preocupaciones a una situación que parece hacer parte de la cultura nacional, en donde se ha desarrollado una capacidad de labia sin parangones y donde parece haber crecido cada vez más el número de ciudadanos sin capacidad de juicio y sin carácter para la censura.

Ahora que el voto se solicita de manera tan pertinaz, y tal vez tan desesperada, con unos instrumentos publicitarios que parecen abarcarlo todo, bueno es reflexionar por ese elemento que el título de esta columna plantea: La capacidad de respuesta.

Los problemas no pueden permanecer en el tiempo, y lo que es peor, no pueden estar creciendo todos los días frente a la frustración ciudadana que se mete la mano al bolsillo en cada acto que realice, con la esperanza de que sus impuestos se traduzcan en la solución a los problemas.

El buen ejecutor no cacarea tanto el problema: lo embiste, lo aprehende y le dedica sus esfuerzos a darle la solución en el tiempo razonable, lo que hace que sus apariciones en público sean para mostrar hechos y no para quejarse de los males que lo atacan.

Cuando el tiempo está mal distribuido, es decir, cuando se le dedica más espacio al conflicto que a la solución, estamos muertos: Es lo que antes se denominaba como “la repetición de la repetidera” o lo que ahora se le llama como “más de los mismo”.

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