BERRACUNDEO: Buscando la paz

La iniciación de un nuevo intento para lograr la paz ha tenido las reacciones que se esperaban.

Ataques de los que están en contra y defensa de los que la consideran necesaria. Es normal que tenga amigos y enemigos. No todos tienen los mismos intereses. Lo cierto es que con anticipación las partes llegaron a un acuerdo para iniciar negociaciones ya que lograron la confianza para hacerlo y parte de esa confianza se ganó gracias a la sinceridad de los actores que, lógicamente, tienen sus trapos con olor a podrido por el tiempo que llevan guardados y la falta de oreada.

El Gobierno seleccionó un buen equipo en cabeza del ex vicepresidente De la Calle. Se espera que las ocupaciones del retirado exdirector de la Policía hagan posible su asistencia a las próximas reuniones. Cosas de cosas. Un gran dirigente empresarial renunció a todo para dedicarse de tiempo completo a la labor encomendada. Quiere prestar un servicio y no buscar honores. En el equipo  de las FARC-EP hay intelectuales de alto vuelo, bastante curtidos en la lucha política y armada.

El nivel de los negociadores hace posible el diálogo y el análisis de la situación del país y llegar a conclusiones que conduzcan a la paz. No se pueden esperar resultados de la noche a la mañana. La tarea no es fácil. Hay que confiar en los negociadores quieren acertar y el gobierno quiere la paz.

En todos los intentos de negociar con la FARC-EP estas incluyeron como primer punto a negociar el de la tierra que, aquí entre nos, fue el origen de la lucha armada. En el primer intento la tierra, en el segundo tierra y escuela para la vereda, luego se incluyó el puesto de salud. A medida que el movimiento insurgente se fue consolidando política y militarmente, se hizo más importante el problema de tierras, ya caminando de la mano de la justicia y del medio ambiente. No tiene, por lo tanto, nada de anacrónico lo reiterado sobre el problema de la tierra y el de la justicia, problema este que va a permitir sacar muchos chiros al sol, especialmente los pecados comunes de las partes y que son más notorios cuando los cometen quienes tienen la obligación constitucional de salvaguardar los derechos humanos. El problema del medio ambiente cobra más vigencia por las dimensiones de los daños en camino y la cantidad de dinero invertido para comprar conciencias. Por la plata baila el perro. Muy relacionada con estos temas es la frase pronunciada en 1994 por el líder indígena boliviano Ramiro Reynaga: “Nosotros no necesitamos ayuda. Necesitamos justicia. Necesitamos nuestras tierras, nuestros ríos, nuestros bosques”.

La historia de los intentos y las negociaciones es reciente, así como la de sus consecuencias. Es algo conocido no solo por los negociadores. Difícil caer en los errores del pasado. Conveniente es esperar que comiencen a salir resultados para que los ciudadanos los analicen y se pronuncien con toda libertad sobre los mismos. Ojala estos pronunciamientos ya sistematizados puedan ser considerados por los negociadores. Es posible que se proponga el extermino total de los insurgentes, que se legalice la pena de muerte y que se indemnicen a los que masacraron campesinos para robarles la tierra. Es posible la pedida de espacio para la devolución de los bienes a cargo de la Dirección Nacional de Estupefacientes, para acabar con ese antro de corrupción y perjudicar a algunos parlamentarios. Borrón y cuenta nueva, perdón a medias, taxi y televisor, cursos de emprendimiento y retiros espirituales podrían entrar al juego. No se pueden excluir propuestas de justicia y reparación y un intento para  institucionalizar el organice  de un grupo armado que  cometa crímenes, adquiera poder económico, político y social  y después de disculparse, vaya a disfruta lo robado en plena libertad y con todas las garantías que el Estado no le  brinda a los buenos ciudadanos, incluyendo puertas abiertas para seguir contratando con el sector oficial.

En este difícil proceso es mejor imitar al campesino. Siembra y espera que la semilla germine para rogar que el tiempo y la plaga no le dañen la cosecha.

Credito
HECTOR GALEANO ARBELAEZ

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