Tragedia en la divina Providencia

Guillermo Pérez Flórez

Observar las fotografías y videos del desastre en San Andrés y Providencia me hizo recordar la tragedia de Armero. No por el número de víctimas mortales, que por fortuna en el Archipiélago son pocos, sino por el desolador panorama de una ciudad literalmente destruida. Techos arrancados, viviendas por el suelo, palmeras y árboles desgajados, postes de la red eléctrica caídos, automóviles volcados, pavimentos levantados, etc. Imágenes que parecieran extraídas de una película de terror que recrea el fin del mundo. Dantesco.
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La historia de Colombia está llena de episodios como éste. Hace solo tres años fue la catástrofe de Mocoa (Putumayo). En unas pocas horas cayeron más de 600 milímetros de agua, y se desbordaron los ríos Mulato, Sangoyaco y Taruca, que activaron antiguos deslizamientos de tierras y generaron otros nuevos, afectando redes eléctricas y del acueducto. También en Mocoa, la noche del 31 de marzo y la madrugada del 1 de abril de 2017, miles de personas sintieron que se les acababa el mundo. Viene a mi memoria también, el deslizamiento de Villatina, el 27 de septiembre de 1987, cuando se desprendieron 20.000 metros cúbicos de la ladera suroriental del Cerro Pan de Azúcar en Medellín, ocasionando la muerte de 500 personas y la destrucción de 70 viviendas. Para no hacernos extensos, recordemos la tragedia de Quebrada Blanca, el 28 de junio de 1974 en la carretera al Llano, que dejó un saldo de 500 personas muertas. El alud arrastró cientos de automóviles, buses y camiones. La mayoría de los cuerpos no pudieron ser rescatados y el lugar fue declarado Campo Santo. Esta catástrofe no hubiera ocurrido si el Gobierno hubiera ordenado cerrar la carretera, lo que no se hizo por no considerarlo prioritario.

Los medios de comunicación y los gobiernos hablan de ‘desastres naturales’. Pero eso es solo otro eufemismo para disfrazar la realidad. Los acontecimientos naturales como un volcán, un terremoto, el desbordamiento de los ríos, solo se convierten en desastres cuando afectan a personas o bienes de la gente, y es eso lo que la convierte en tragedia o desastre. Muchas de éstas habrían podido evitarse, y entonces no habrían tenido el carácter de tragedia. La de Armero, se habría conseguido con la evacuación y un sistema de alarmas que (¡óigase bien!) 35 años después aún no existe. La de Quebrada Blanca, con el cierre de la vía y en los demás casos evitando que se construyan viviendas en áreas de riesgo. Además, muchos de los deslizamientos de tierras son consecuencia de la deforestación de las rondas hídricas, de la pérdida de vegetación, que sirve para contener las aguas y darles firmeza a los suelos. De manera que tampoco son ‘naturales’. Son resultado de la ineficiencia y negligencia públicas.

El estado colombiano carece de un verdadero sistema de prevención de riesgos y de atención de emergencias. El fenómeno de la niña sucede cada año, con mayor o menor intensidad. La ola invernal de 2020 es una réplica de la de 2010. La naturaleza nos dio una década y nada hicimos. Es una vergüenza que estados más pobres, como Nicaragua y Cuba, manejen mejor este tipo de situaciones. El año entrante se repetirá todo. Estamos en manos de la divina Providencia.

GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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