¿Por quién doblan las campanas?

Guillermo Pérez Flórez

Tomo en préstamo el título del célebre poema de John Donne y de la novela de Ernest Hemingway, para referirme al estado de salud de la democracia colombiana, tras las pasadas elecciones. Y lo hago convencido de que este asunto amerita, como lo dije hace cuatro años y hace ocho y hace doce, y como lo venimos diciendo luego de todas las elecciones, un profundo debate.
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El asunto no es menor. Para empezar, la abstención electoral fue del cincuenta y cinco por ciento. En términos reales las mayorías no hablaron. Esa es la verdad. Y no lo hicieron, porque viven de espaldas a la institucionalidad, en casi todos los campos, entre ellos el económico y el laboral. Para la mayoría del país la vida discurre al margen de las instituciones. Por eso el proceso electoral les resulta irrelevante e inclusive repugnante. 


No ven la conexión entre la política y su propia existencia, y les da exactamente igual quién gane o pierda las elecciones. Intuyen que nada cambiará, sea cual sea el resultado. La abstención electoral es ya algo crónico de lo cual nadie quiere hablar, entre otras razones porque es funcional a la politiquería. Entre menos gente participe, más fácil y más barato será ganar elecciones. Es la democracia del cuarenta y cinco por ciento.


Colombia no tiene credenciales democráticas sólidas. Casi siempre ha habido elecciones, pero eso no quiere decir que haya democracia. Los votos se compran, al por mayor y al detal, e inclusive es posible hacerlo directamente en la Registraduría. Es de público conocimiento que algunos personajes que han pasado por esa institución y por el Consejo Nacional Electoral han logrado hacer grandes fortunas. El sistema deja mucho qué desear y está lleno de sombras. 


Resulta insólito que cada partido deba montar una Registraduría paralela con un ejército de ‘testigos’ y de abogados expertos en derecho electoral, para que no se roben los votos. El espectáculo de esta semana es increíble. El registrador Vega concluyó que en el monumental desfase de votos entre el preconteo y el escrutinio no se podía hablar de fraude sino de ‘errores humanos’. Al parecer, algunos jurados no saben ni siquiera sumar ni les dieron una calculadora, como puede comprobarse al examinar los E-14. “El que escruta, elige”. Reza el popular adagio.


Otro asunto grave en Colombia, es la forma como se obtienen los votos, lo cual denuncié durante la campaña y en la columna ‘Operación Merlano’. El derroche de dinero, la compra de líderes, la intervención descarada de los funcionarios en el proceso electoral, comenzando por el propio presidente de la república, y el abuso de poder de los alcaldes, descalifican el sistema y lo deslegitiman casi por completo. Existen muchísimas cosas para estudiar, pero esta tarea será para los historiadores, porque hoy no existe voluntad para debatir sobre el sistema político, a pesar de que más de la mitad del país vive de espaldas a él.


Las campanas doblan por la democracia, doblan por el país y doblan por la Registraduría. Y mientras tanto… Vega ahí. Y seguirá ahí, porque está haciendo las cosas para las cuales lo pusieron. Es solo una pieza más dentro de un engranaje corrupto y por lo mismo ilegítimo.

GUILLERMO PÉREZ

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