Así inició la pesadilla

Guillermo Pérez Flórez

Se cumplieron 40 años del asesinato de Rodrigo Lara Bonilla. Un crimen que marcó el inicio de una época y el anuncio de la pesadilla que le esperaba al país si no se actuaba a tiempo.
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Y no se actuó. Por el contrario, muchos sectores políticos, económicos y sociales contemporizaron con el narcotráfico. Alegremente, le recibían los ‘dineros calientes’, que el expresidente Carlos Lleras denominara ‘el estiércol del diablo’, y a cambio les daban protección desde el gobierno y las fuerzas armadas, y reconocimiento e impunidad social.

El narcotráfico penetró todos los sectores de la sociedad. Desde las muchachitas más humildes de las comunas de Medellín, que veían ahí la posibilidad de salir de la miseria, hasta los más encopetados industriales y banqueros que ayudaban a lavar sus dólares manchados con sangre. Los cárteles de las drogas nunca actuaron solos. Lara lo puso al descubierto cuando paralizó sus avionetas y helicópteros, que circulaban con absoluta libertad, licenciados por la Aeronáutica Civil, como se probó con la operación ‘Tranquilandia’ en los llanos del Yarí; y como se demostró con la infiltración de los equipos de fútbol. Periodistas, políticos, reinas de belleza, militares, abogados, modelos, actrices, empresarios, marchantes de arte, deportistas, clubes sociales, sucumbían ante el poder seductor del dinero o la intimidación de sus matones.

Pocas fueron las voces que, como la de Galán desde la campaña política de 1982 y la de Lara en el ministerio de Justicia, tuvieron el valor civil de enfrentar al narcotráfico. Han pasado cuarenta años y la pesadilla no termina. Por eso no se nos olvida ni se nos puede olvidar cómo se urdió el montaje contra el ministro, ni los nombres de los políticos que fueron al hotel Hilton a buscar la prueba de que el narcotraficante Evaristo Porras sí se había alojado allí, ni de quiénes exhibieron en el Congreso la copia del famoso cheque de un millón de pesos, girado por ese sujeto a nombre de Lara y una grabación que recogía una supuesta conversación de ellos. Mientras eso sucedía, no eran pocos los que desfilaban por la hacienda Nápoles, en donde Pablo Escobar construyó un zoológico con flamencos rosados, jirafas, hipopótamos, elefantes, una lujosa mansión y pistas de aterrizaje.

Lo que vino después fue una sucesión casi interminable de asesinatos selectivos y una ola de terror narco-paramilitar: Guillermo Cano (diciembre de 1986); Jaime Pardo (octubre de 1987); Luis Carlos Galán (agosto de 1989); Bernardo Jaramillo (marzo de 1990); Carlos Pizarro (abril de 1990), y un listado casi infinito de jueces y de líderes políticos y sociales. De hecho, se exterminó a todo un partido, la Unión Patriótica. Las hordas del narco-paramilitarismo y algunos militares eran los dedos que apretaban los gatillos, siguiendo directrices desde la penumbra por un poder siniestro, que desde esos días ha logrado mantenerse impune. Por coincidencia, el 30 de abril pasado comenzó en Florida (Estados Unidos) el juicio a la multinacional Chiquita Brands por su millonaria financiación a paramilitares colombianos. Al final de los años ochenta, una parte de la guerrilla sucumbió al narcotráfico y también se degradó. A partir de ese momento, se impuso el todo vale con tal de combatirla. Así llegamos a los “falsos positivos”, a los ‘clanes del Golfo’ y a los ‘trenes de Aragua’, pero el punto de partida fue el asesinato de Lara. Eso no se nos olvida, ni podemos permitir que se olvide.  

 

Guillermo Pérez

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