La complejidad de lo social

Hugo Rincón González

En medio de la multitud de participantes de la audiencia de rendición de cuentas de Cortolima en el Centro de Convenciones de la gobernación, tuve la oportunidad de conversar con varias personas de municipios de todos los puntos cardinales del Tolima. Las charlas se centraron en abordajes distintos alrededor de algo en lo que he venido trabajando hace muchos años: el desarrollo rural y territorial. El caso es que luego de escuchar a esas personas me quedé pensando en una discusión que tiene más de cinco décadas de debate y sobre las cuales seguramente no habrá acuerdo en un inmediato futuro como no lo ha habido hasta el momento presente.
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En síntesis, las posturas encontradas tienen que ver con la pregunta: ¿hasta dónde es pertinente que un agente externo, llámese gobierno, entidades promotoras del desarrollo, academia, empresa privada, cooperantes internacionales hagan un proceso de ayuda con comunidades rurales para promover su desarrollo y el mejoramiento de la calidad de vida? Sobre esto se ha escrito demasiado sin llegar a un punto que una a todos y esto se reflejó en lo escuchado a las personas de las organizaciones asistentes al evento referido.

Algunos de ellos se me acercaron a solicitar ayudas. Quieren apoyos, sin duda necesarios, para salir adelante, sin embargo, muchos han tenido colaboraciones de todo tipo y no han logrado un despegue ni en lo organizativo, ni en lo económico-productivo. La pregunta aquí es: ¿Por qué razón no lo logran? ¿Acaso siempre se atienen al paternalismo de las instituciones? ¿Se organizan y promueven su asociatividad ante la eventualidad de recibir proyectos como si fueran dádivas? ¿Las donaciones que han recibido han sido útiles realmente o son flor de un día? ¿Entienden que, si quieren salir adelante, deben invertir algo, así sea solamente su tiempo para participar en las actividades de la organización? 

Por el contrario, en la otra orilla se ubicó la posición de una mujer campesina productora de café en San Antonio. El entusiasmo desbordante aún ante la difícil situación del campo me sorprendió positivamente. Contaba que fruto del trabajo de fortalecimiento organizativo realizado por Tolipaz, su organización había crecido cuantitativa y cualitativamente. Tienen rutinas de encuentro, producen y transforman su producto. Poseen su marca con todos los registros, se han venido articulando a mercados nacionales y ya le apuestan a vender a nivel internacional. Manifiesta que las instituciones las tienen en cuenta, las buscan cuando hay ofertas en su beneficio y cada día entienden más la importancia de seguir adelante de una manera autónoma e independiente pues tienen habilidades para planear, gestionar, concertar y negociar. Han entendido que el mejoramiento de su condición de vida depende mucho de su empoderamiento en el territorio.

Este debate se podría complejizar aún más si introducimos la variable referida a la sostenibilidad de los procesos sociales y los tiempos que se requieren. Muchas iniciativas promotoras del desarrollo rural dejan de existir cuando el agente externo abandona el territorio, pareciera que las organizaciones no asumen suficientemente su responsabilidad con ellas mismas y más bien prefieren depender de otros agentes que agencien su desarrollo. Aquí vale la pena reflexionar acerca de todos los esfuerzos realizados en el sur del Tolima por muchas instituciones y cooperantes que ven como los esfuerzos realizados por promover procesos de transformación e inclusión social terminan naufragando ante la falta de un compromiso serio y responsable de las organizaciones de la región. Esto es doloroso pero cierto.

La complejidad de lo social es el desafío permanente a asumir para los promotores del desarrollo. Los cambios no son sencillos especialmente si son culturales, éstos requieren de décadas de trabajo permanente, pero cuando se arraigan en las organizaciones, son los generadores del mejoramiento de la calidad de vida que las comunidades reclaman.




 

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Hugo Rincón Gonzáles

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