A mi madre

Hugo Rincón González

A mi madre le bromeaba con la expresión de que ella nos acompañaría hasta los 114 años y se nos fue a los 94. Me quedaron faltando 20 años de su presencia. 20 años para honrarla, quererla y disfrutarla.
PUBLICIDAD

Mi madre, doña Chiqui para casi todos, fue una mujer de origen campesino e indígena, nacida en Natagaima. La primera etapa de su vida, como la de las personas del sector rural, fue dura y sobre ella poco conocimos. Sus padres fueron Miguel y Socorro, ambos trabajadores del campo. En sus últimos años, en algún café que compartimos una mañana de domingo muy temprano, me contó que atendió trabajadores en una finca. No fue muy clara en ello, pero deduje que siendo niña ayudaba a preparar alimentos a su madre para los trabajadores.

No fue una mujer estudiada, pero era sabia en sus palabras y sus consejos. No se equivocaba en las cuentas y hasta le dio recomendaciones a mi hermana Stella de como debería invertir pensando en el futuro.

Era una persona callada, reservada y en algunos temas hermética. Católica y ferviente creyente en Dios. En sus últimos días, cuando el olvido la había consumido, lo único que lograba volver a recomponer algo su memoria era la pregunta de si creía en Dios, a lo que respondía: Pues claro.

Mi madre fue una mujer trabajadora. Trabajó lavando ropa en las quebradas de Chaparral cuando la pobreza apretaba a la familia.

Tengo muchos recuerdos hermosos de ella. Cuidaba a mis hermanas y me consentía a su manera a mí. Claro, también me reprendía como en los días en los que yo me volaba del colegio con mis amigos gamines, para irme a nadar a las quebradas peligrosas de Chaparral como el San Pablo, La Tigrera o El Chocho.

Le gustaba que le regalaran telas para sus vestidos de flores coloridas. Hacía unos platos exquisitos, en diciembre nos preparaba tamales donde todos debíamos ayudar en algo para que el 24 o el 31 tuviéramos la cena navideña o del año nuevo.

Era una mujer fuerte. No recuerdo enfermedades en ella hasta que la empezó a rodear la bruma del olvido que la fue consumiendo lentamente hasta dejarla convertida en un remedo de lo que fue. Esa enfermedad que asesina los recuerdos fue cruel con ella y dolorosa para quienes la vimos descender al estado final.

Te amé, te amo y te amaré profundamente madre. Te extrañaré. Dejas un enorme vacío. Me hará falta tu presencia como a mis hermanas, nietas y bisnietos, pero soy consciente y debo aceptar que por tu condición de salud era justo que te fueras a descansar, que tu alma vuele alto hacia los brazos del Padre Celestial que muy seguramente te acogerá con amor por haber sido una persona buena.

Ve al encuentro con mi hermana Martha con la que algún día nos reuniremos todos. No llegaste a los 114 años, pero le doy gracias a Dios de haber tenido tu compañía todo este maravilloso tiempo.

Vuela alto madre hermosa.

Hugo Rincón González

Comentarios