Qué hemos aprendido, qué me preocupa

Jaime Eduardo Reyes

La pandemia no sólo potenció nuestros problemas de pobreza, desempleo y desigualdad sino que además reveló nuestras grandes debilidades institucionales y culturales. Si no se toman medidas urgentes, podría haber una crisis alimentaria, humanitaria y política.
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Nuestro sistema de salud tiene importantes debilidades, está desfinanciado, segmentado y fragmentado, presenta importantes barreras para el acceso, la disponibilidad de médicos y de camas hospitalarias es muy baja, basta sólo con mirar el índice de competitividad de ciudades para encontrarnos en los últimos lugares.

Durante la crisis sanitaria se ha producido un efecto de desplazamiento de la atención de enfermedades distintas del COVID-19, posponiéndose o interrumpiéndose especialmente la atención de morbilidad y la actividad programática y de control de las enfermedades no transmisibles y crónicas. Se ha perdido mucho del espacio ganado en promoción y prevención en años anteriores.

A su vez, esto se ha traducido en un aumento importante de la mortalidad general, como resultado de una mortalidad adicional a la provocada por el COVID-19 y las deficiencias en la atención de las otras enfermedades. Estamos tan concentrados en los datos de contagiados, recuperados y fallecidos por el COVID-19 que no estamos viendo los otros datos. Las medidas de aislamiento ayudan a ganar tiempo para fortalecer el sistema de salud, para atender los pacientes de COVID-19 y a los otros. Las iniciativas para responder a la pandemia deben considerar el acceso universal a servicios de salud esenciales de calidad, tanto los asociados al coronavirus como al resto de las necesidades de salud.

Hoy somos conscientes de que se debe controlar la curva de contagio de la pandemia, para reactivar la economía, ese es el orden de las cosas. Sin embargo, las medidas de distanciamiento físico necesarias para controlar la transmisión, que incluyen la suspensión de actividades no esenciales y cuarentenas, tienen consecuencias en términos de pérdida de empleos y de ingresos. No es exagerado decir que el efecto económico puede ser tan grave como el efecto en salubridad, por lo que las autoridades deben conjugar las dos tareas.

Las medidas de distanciamiento físico necesarias para enfrentar la pandemia deben complementarse con medidas urgentes de protección social para la población, que garanticen sus ingresos, alimentación y acceso a los servicios básicos. Después de las medidas adoptadas es claro que los independientes e informales también requieren apoyo.

Ya sabemos que la reapertura debe ser gradual y basarse en protocolos sanitarios que permitan controlar el virus y su propagación, además de proteger a los trabajadores, en particular a los de la salud. De esta manera, se garantizará una reactivación y un entorno laboral seguros.

Para finalizar, lo anterior es lo que hemos aprendido, ahora lo que me preocupa: temo que se haya definido una estrategia de aguantar contra las cuerdas mientras llega la vacuna, y no trabajar en fortalecer el sistema de salud y las capacidades de competitividad territorial, pensando que volveremos a la antigua normalidad.

JAIME EDUARDO REYES MARTÍNEZ

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