En defensa de la prensa

Juan Carlos Aguiar

Hace un año, por esta época, Yolanda Ruiz publicaba en El Espectador una columna titulada ‘¿Se acaba el periodismo?’.
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Que paradoja, dolorosa por supuesto, que 12 meses más tarde ese mismo diario estudie alternativas para hacerlo viable económicamente. Volverlo, una vez más, un semanario; intercalar sus días de circulación; limitarse al mundo digital.

El legendario periódico, baluarte de la democracia, desde donde don Guillermo Cano enfrentó una larga estela de tragedias, desatadas por su defensa clara y transparente de las libertades, está amenazado.

La reciente estocada, cuando el periódico ya no pertenece a la familia periodística, llega por cuenta del Covid-19, que impide su libre circulación y compra del impreso en puestos callejeros. Una crisis que no es ajena a los medios tradicionales de Colombia y del mundo.

Esta misma semana se supo que El Tiempo, eterno rival de El Espectador, también enfrenta problemas económicos, que llevarán, según La Silla Vacía, al cierre de la versión impresa de la revista Don Juan, de algunos productos regionales y de varias sedes. Pensar que esto solo es por el coronavirus es una falacia.

Crecí escuchando que parte del problema que enfrentábamos como humanidad es que no teníamos acceso a la información, pero ahora estamos saturados de ella y seguimos en medio de la ignorancia. La diferencia es que, en el mundo actual, estamos más divididos porque creemos saber más o porque pensamos que leemos más. Una verdad a medias.

Prueba de ello es que los medios informativos tradicionales pierden fuerza ante el crecimiento desmesurado de las redes sociales, convertidas en puentes de información —o desinformación—, para engañar y manipular.

Solo basta ver como los panfletos virtuales, autollamados “medios de comunicación alternativos”, amparados en la libertad de prensa y sin importar si son de izquierda o derecha, presentan opiniones disfrazadas de noticias, con el objetivo de alimentar odios enquistados en una sociedad atrapada en una historia de violencia, miedos y rencores.

De la mano de estos portales van las llamadas “bodegas”, que replican falsedades que favorecen a algunos poderosos. ¿Quiénes? Pues solo hay que ver las cuentas de Twitter y otras redes sociales para entender quienes comparten esas mentiras, estratégicamente diseñadas y escritas sin ningún pudor. Y digo derecha o izquierda porque, por ejemplo, Álvaro Uribe y Gustavo Petro son solo dos protagonistas de esta nueva realidad.

Detrás de ellos, sus guardias pretorianas, las Palomas y los Hollmans, acompañados de hordas de fanáticos que siguen sus ideologías y sus redes como si fueran ritos más religiosos que paganos, hacen eco de esas publicaciones con sus megáfonos virtuales.

Hoy, aunque suene estrambótico, somos esclavos del “Me gusta” y buscamos seguidores por doquier, sin importar la veracidad de la información que publicamos en nuestros perfiles. Basta un titular escabroso o malintencionado, para oprimir la pestaña “Compartir”.

Estamos, quizás, a meses de tener una vacuna contra el coronavirus y nos protegemos ante el miedo del contagio; pero, la vacuna contra la ignorancia y el fanatismo está allí, a nuestro alcance, en los libros, periódicos y medios tradicionales, de variadas tendencias e ideologías, con información seria y contrastable.

Lamentablemente huimos a esta opción como si fuera una pandemia más de esas que nos matan sin verlas llegar. Como escribió Yolanda en su columna “la revolución digital lo cambió todo”, por lo que ahora el reto es de medios y reporteros, para entregar un buen periodismo que se adapte a las redes sociales, pero especialmente que nosotros nos adaptemos a ellas, con la esperanza de no desaparecer, porque sin la prensa está en peligro la democracia.

JUAN CARLOS AGUIAR

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