Dulces y amarguras del 2012

Nos llegó la última semana de 2012 con la perentoria necesidad de balancear lo ocurrido en él. A mi juicio, dos hechos marcaron la historia de este año: el lanzamiento sobresaliente de la Marcha Patriótica y el inicio de los diálogos de La Habana.

Con el primero se puso una nueva piedra, y tal vez la de mayor interés, al propósito de romper la dispersión de las organizaciones sociales y políticas; y con los diálogos de paz se aspira a ponerle fin a más de 50 años de la guerra que emprendieran las castas terratenientes y latifundistas contra los campesinos colombianos y que extendieran luego contra las organizaciones sociales, sindicales, comunales, de derechos humanos, al igual que contra quienes piensan en una sociedad cimentada en valores diferentes a los oligárquicos.

Junto a estos hechos positivos, también hubo otros que nos llenaron de desencanto: Los desaciertos en la conducción del Polo Democrático Alternativo, el sectarismo de algunos de sus dirigentes, su silencio cómplice ante la corrupción que se manifestó en la alcaldía de Samuel Moreno, entre otros factores, hicieron que esta organización política entrara en barrena, sepultando la esperanza de miles de colombianos que veíamos en ella un promisorio escenario para la oposición al régimen, así como para ir formando los cuadros que se requerirán cuando la oposición pase a ser gobierno.

Por su parte, la Central Unitaria de Trabajadores, pese a que su dirección nacional señala algún incremento en el número de sus afiliados, todavía no se recupera de los rudos golpes originados en sus propios desaciertos de conducción, como tampoco de los recibidos de la alianza gobierno patronal y sus políticas de tercerización y debilitamiento de la contratación colectiva. Salir de esta crisis es el gran reto del sector clasista, aunque sabemos que lograrlo requiere de esfuerzos denodados en los que deben comprometerse los verdaderos amigos del cambio social.

En  cuanto al Gobierno nacional, continuaron sus agresiones contra el campo popular. Amplió el boquete de la impunidad en la Fuerza Pública e impuso una reforma tributaria de la cual resultó que la inequidad en Colombia favorece a los más pobres y para resolverla se requiere beneficiar a los más adinerados.

A estos, entonces, se les disminuyó al 25 por ciento el impuesto de renta, se les eliminó la parafiscalidad de la que dependen el Sena y Bienestar Familiar, se les exoneró de aportar a salud y, a cambio, se les creó un Impuesto para la Equidad, que bien sabemos cómo será eludido.

En fin, entre dulce y amargo transcurrió un año que lo que sí ha dejado es grandes enseñanzas. Ojalá las sepamos aprovechar.



Credito
RODRIGO LÓPEZ OVIEDO

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