¡Esos buenos muchachos!

Rodrigo López Oviedo

Las duras y las maduras por las que están pasando los sabas, los palacios, los andreses, las mariasdelpilar, los nogueras, los morenos, los santoyos y muchos otros más, son solo ejemplo de lo que pueden esperar todos aquellos personajillos que, para garantizarse el disfrute de parcelas subalternas del poder, han hecho hasta lo prohibido, y deben comprometerse a seguir haciéndolo para poder permanecer en ellas, pues de lo contrario podrían perder el respaldo de quien los haya puesto en tales posiciones, que por lo general es alguien que los supera en méritos, astucia y ambiciones.

Para el caso de los mencionados, y de muchos otros, ese alguien resultó ser Álvaro Uribe, hombre que además de poseer tales virtudes, y las de egocéntrico y prepotente, de ruin y taimado, de tener sangre fría y atracción por la caliente, y de ser capaz de rehuirle a asuntos tan plebeyos como esos de la moral y de la ética, también tiene (¿o tenía?) el poder necesario para violentar el ordenamiento penal, sin esperar a cambio las sombras de una reja carcelaria.

Pero los tales personajillos mencionados no contaban con los dones preciados de su Jefe, o al menos no en las mismas proporciones. Por eso hoy lloran con amargura su triste suerte, los unos en la cárcel, los otros huyendo, mientras el hombre por el que se jugaron la vida, a manera de compensación cristiana, solo atina a socorrerlos con la generosa frase “son unos buenos muchachos”.

Pero también a Uribe le llegará su momento. No se sabe cuándo, pero le llegará. Tal vez cojeando, pero le llegará. Y cuando le llegue, será tan honda su caída y tanta su pena, que no habrá en el mundo misericordia que le alcance para mitigarla.

Ese día, las almas de sus víctimas regresarán de su tumba a ponerle cada una un aguijón en uno de sus poros como señal de perdón, y entonces sentirá que poros son los que le faltan para consumar su redención.

Pero mientras ese día llega, preparémonos a seguir soportando sus vilezas, porque para vil ha nacido. Vilezas que lo llevaron a los peores extremos, incluido el de emprender cada vez nuevas y peores violencias; eso sí, camufladas entre alusiones mentirosas a la patria, a Dios, a la familia, a la virtud y a todos aquellos otros móviles por los cuales muchos, menos él, darían lo mejor de sí, más no porque siempre lo valgan, sino porque han sido absolutizados por los grandes medios. ¿Será que algunos de esos buenos muchachos también cayeron en sus faltas seducidos por tales medios? Nada de raro tiene. ¡Tal es su poder!

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