La entrevista a De la Calle

Rodrigo López Oviedo

La sensación que quedó, luego de la entrevista de Juan Gossaín a Humberto de la Calle es que se sigue debilitando la intensión de paz del Gobierno, pese a que el entrevistado les tiene fe a algunas fórmulas que, según cree, podrían ser de buen recibo por las Farc, como la de convertir en congresistas transitorios a algunos de sus miembros, la de ofrecer medidas de resarcimiento penal que no impliquen “barrotes ni camisas rayadas” y, sobre todo, ceder a su insistencia en la tregua bilateral.

Se sigue debilitando la intención de paz por la forma marrullera como el entrevistado hace énfasis en el estado “insoportable” por el que atraviesa el conflicto, en lugar de mostrar los grandes avances alcanzados en La Habana y de mostrarse autocrítico por la negativa recurrente de su Gobierno al desescalamiento, como sí lo han hecho las Farc con sus seis ceses unilaterales.

De la Calle se mostró frenético en la entrevista, pero su actitud más pareció una puesta en escena de los nuevos guiones que no solo escribe, sino que también parece imponer Álvaro Uribe, ante quien el presidente Santos parece ahora aculillado (culillo, según el DRAE: miedo, perturbación angustiosa del ánimo).

Es en los diálogos de La Habana donde realmente debe tomársele la temperatura al proceso de paz. De haberse referido a ellos, mucho mayor habría sido el servicio prestado por de la Calle al proceso, y las encuestas hoy reflejarían un gran entusiasmo, pues ya es muy largo el trecho que se ha navegado e importantísimos los acuerdos alcanzados.

A dirigentes políticos de cualquier talla, y más si tienen una responsabilidad tan enorme como Santos y de la Calle, les asiste la tarea de mantener en alto la confianza en torno a los ideales que se han propuesto, y hacerlo sin ambigüedades, pues es la única manera de mantener el respaldo de los seguidores.

Cuando aparece el posiblemente sí al lado del posiblemente no, cunde el desconcierto y el deseo de abandonar el barco. Es entonces cuando el proceso requiere de otros dinamizadores que sean capaces de imponer el paso a los desfallecientes capitanes, y si estos no acceden, disponerse a blandir las banderas directamente para llevarlas a buen puerto.

No se trata de que nos pongamos a buscar a esos nuevos paladines que quieran asumir la abandonada causa. Por el contrario, debemos comprender que quienes necesitamos de la paz somos todos los que hemos sufrido, directa o indirectamente, los rigores de la violencia impuesta por las oligarquías, y que es a todos los colombianos comunes y corrientes a quienes nos corresponde asumir tan irrenunciable tarea.

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