Mirando para el barranco

Rodrigo López Oviedo

Asustado anda el empresariado mundial por la forma como se está manifestando la crisis actual del capitalismo. Ya no parece haber semana en que los mercados coticen al alza y, cuando esto ocurre, los incrementos no alcanzan para un contentillo mínimo ante las pérdidas anteriores.

Es la debacle. Ni siquiera un país como el nuestro ha dejado de conmoverse ante las manifestaciones de un fenómeno que ha registrado movimientos dramáticos, incluso en países que se preocupan por no depender en exceso de lo que ocurre por fuera de ellos, como es el caso de los países asociados en el Brics.

Y es natural que así sea, ya que aunque nuestra economía no tiene mayor incidencia en los mercados fundamentales del mundo, sí es mucha la participación de esos mercados, especialmente el de capitales, en el nuestro.

De allí que aunque tengamos los indicadores mejor maquillados del mundo, siempre serán evidentes algunas manifestaciones de la crisis como la aguzada devaluación de nuestra moneda (43.5 por ciento en el último año) y, en igual período, un aumento del 32 por ciento en la calificación de riesgo de nuestra deuda.

Tan negativas circunstancias no dejan de generar interpretaciones que presentan la culpa tras las fronteras, por ejemplo en China, nación de cuya economía se dice que “acusa un notorio cansancio al cabo de un auge que duró cerca de tres décadas”, lo cual ha repercutido en la caída de los precios de los bienes que importa.

Así lo manifestó el diario El Tiempo en reciente editorial, lo cual no resulta extraño en un periódico que durante los mismos 30 años nunca miró a China para explicarnos de qué manera nuestros progresos económicos, o nuestros apenas pálidos retrocesos, eran causados por el extraordinario desempeño de un pueblo de ojos rasgados.

Para los dueños de este periódico solo han sido válidas las señales positivas que salen de Casa de Nariño. Las negativas solo tiene explicación en el barranco.

De todas formas, es posible que Colombia esté mejor que sus vecinos, como lo dice el mismo editorial. Sin embargo, es tanto como estar bien en un mar turbulento pero sin remos, y con unos capitanes dispuestos a sucederse en el mando, pero sin comprometer una filosofía de manejo marcada por el sálvese quien pueda, que es la filosofía que nos asignaron en Washington y que los dichosos capitanes cumplen al dedillo, aún a costa de un proceso de paz.

Pero el país está despertando, y de ello dará prueba el 17 de marzo, cuando en medio del paro programado para ese día, dé a conocer su voluntad de navegar hacia otros horizontes.

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